Mercurio y el dios mensajero
Mitología romana
En un bosque verde y frondoso, donde el sol jugaba entre las hojas, vivía un leñador muy trabajador. Todos los días iba al bosque con su hacha de hierro para cortar leña y así poder cuidar a su familia. Su hacha no era nueva ni brillante, pero era fuerte y cumplía su trabajo.
Un día, mientras cortaba un árbol grande cerca del río, ¡plaf!, su hacha se le escapó de las manos y cayó al agua profunda. El leñador se puso muy triste. "¿Y ahora qué haré?", pensó en voz alta. "Sin mi hacha, no puedo trabajar". Se sentó en la orilla del río, muy preocupado.
De repente, apareció un joven con sandalias aladas y un sombrero también con alas. Era Mercurio, el mensajero de los dioses, que pasaba por allí. Mercurio vio al leñador tan triste y le preguntó:
"Buen hombre, ¿por qué estás tan afligido?"
El leñador le contó lo que había pasado con su hacha.
Mercurio sonrió un poquito y dijo: "No te preocupes, yo te ayudaré".
Y con un ágil salto, ¡zas!, se zambulló en el río. Al poco rato, salió del agua sosteniendo un hacha de oro puro, que brillaba como el sol.
"¿Es esta tu hacha?", preguntó Mercurio.
El leñador la miró y, aunque era muy hermosa, negó con la cabeza. "No, no, esa no es mi hacha. La mía era de hierro".
Mercurio volvió a zambullirse en el río. Esta vez, salió con un hacha de plata reluciente, que brillaba como la luna.
"¿Y esta? ¿Es esta tu hacha?", volvió a preguntar.
El leñador la observó detenidamente. Era preciosa, pero tampoco era la suya. "No, señor", dijo el leñador. "Esa tampoco es mi hacha. Es muy bonita, pero la mía es de simple hierro".
Mercurio sonrió más ampliamente, complacido por la honestidad del leñador. Se zambulló por tercera vez y, al salir, traía en la mano el hacha de hierro del leñador, un poco vieja y usada.
"¿Será esta tu hacha?", preguntó Mercurio, mostrándosela.
¡Los ojos del leñador se iluminaron de alegría! "¡Sí, sí! ¡Esa es mi hacha! ¡Muchísimas gracias!", exclamó feliz.
Mercurio, impresionado por la honradez del hombre, le dijo: "Eres una persona muy honesta. No has querido quedarte con lo que no es tuyo, aunque valiera mucho más. Por tu sinceridad, te mereces una recompensa".
Entonces, Mercurio le entregó al leñador su vieja hacha de hierro, y también el hacha de oro y el hacha de plata.
El leñador no podía creerlo. Agradeció a Mercurio con todo su corazón y volvió a casa muy contento, no solo por tener tres hachas, sino porque había aprendido que ser honesto siempre trae buenas recompensas. Y desde ese día, siempre recordó que decir la verdad es lo más valioso.
1369 Vistas