Venus y el dios de la belleza
Mitología romana
En el cielo, entre nubes de algodón y estrellas brillantes, vivía Venus, la diosa del amor y la belleza. Era tan bonita que las flores se abrían más cuando ella pasaba y los pájaros cantaban sus melodías más dulces.
Un día, su hijo Cupido, que siempre andaba jugando con sus flechas de amor, sin querer, ¡zas!, rozó a su mamá Venus con una de ellas. ¡Ay! Esa flecha hizo que el corazón de Venus se preparara para un gran amor.
Poco después, mientras Venus paseaba por un bosque lleno de árboles altos y arroyos cantarines, vio a un joven llamado Adonis. Era un cazador muy guapo y valiente, con una sonrisa que iluminaba todo el lugar y el pelo rizado como las olas del mar. A Venus, por culpa de la flecha de Cupido, le empezó a latir el corazón muy fuerte, ¡pum, pum, pum! ¡Se había enamorado!
Venus y Adonis pasaban mucho tiempo juntos. Jugaban a las escondidas entre los árboles, corrían por los prados llenos de flores y Venus le contaba historias de las estrellas. A ella le encantaba estar con él, tanto que a veces se olvidaba de sus tareas de diosa.
Pero Venus sabía que ser cazador era peligroso. "Adonis, mi amor," le decía con voz suave, "por favor, caza solo animalitos pequeños y rápidos como los conejos o los ciervos. No te acerques a los leones, ni a los osos, ¡y mucho menos a los jabalíes salvajes! Son muy fuertes y pueden hacerte daño."
Adonis, que era joven y se sentía muy valiente, a veces pensaba que Venus se preocupaba demasiado. "No te preocupes, Venus," le decía con una sonrisa, "soy un gran cazador y nada malo me pasará."
Un día, mientras Venus estaba en el Olimpo visitando a los otros dioses, Adonis salió a cazar. Y ¿saben qué? Se encontró con un jabalí enorme, con colmillos grandes y cara de pocos amigos. Adonis, queriendo demostrar su valentía, intentó cazarlo. Pero el jabalí era más fuerte y rápido de lo que pensaba, y con un movimiento brusco, hirió a Adonis.
Venus, desde lejos, sintió una tristeza muy grande en su corazón, como si una nube gris hubiera tapado el sol. Voló lo más rápido que pudo hacia el bosque, llamando: "¡Adonis! ¡Adonis!".
Lo encontró en el suelo, muy herido. Venus lloró mucho, mucho. Sus lágrimas caían sobre la tierra donde estaba la sangre de Adonis. Y entonces, ¡algo mágico ocurrió! Donde las lágrimas de Venus se mezclaron con la sangre de Adonis, empezó a crecer una flor preciosa, de color rojo intenso. Era una anémona.
Desde ese día, cada vez que Venus veía una anémona, recordaba a su querido Adonis. Y así, aunque Adonis ya no estaba para jugar en el bosque, su recuerdo vivía en cada una de esas hermosas flores, un recuerdo del amor y también de la importancia de escuchar a quienes nos quieren y nos cuidan.
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