La caja de Pandora
Mitología griega
En un tiempo muy, muy lejano, cuando el mundo apenas comenzaba y los dioses jugaban entre las nubes, vivía un titán muy listo llamado Prometeo. A Prometeo le caían muy bien los humanos, así que un día decidió regalarles el fuego para que pudieran calentarse y cocinar ricas comidas.
Pero a Zeus, el rey de todos los dioses, que tenía un bigote imponente y a veces se ponía un poco gruñón, no le hizo ni pizca de gracia. ¡Se enfadó muchísimo! Así que pensó: "¡Ah! ¿Con que esas tenemos? Pues ahora verán".
Entonces, Zeus llamó a Hefesto, el dios que era un manitas con el martillo y el metal, y le pidió que creara una mujer de arcilla. ¡Y vaya si lo hizo! Creó a Pandora, la mujer más curiosa y bonita que jamás se había visto. Los demás dioses, para hacerla aún más especial, le dieron regalos: Afrodita le dio su belleza, Atenea le enseñó a tejer cosas preciosas, y Hermes, el dios mensajero con alas en los tobillos, le dio una curiosidad tan grande como una sandía.
Zeus, con una sonrisa un poco traviesa, le entregó a Pandora una caja de madera muy adornada, cerrada con un lazo brillante. "Pandora", le dijo con voz seria, "esta caja es un regalo muy especial. Puedes tenerla, pero ¡prométeme que nunca, nunca, NUNCA la abrirás!".
Pandora, con sus ojos brillantes, asintió. Luego, Zeus la envió a la Tierra para que viviera con Epimeteo, el hermano de Prometeo. Epimeteo era un buenazo, pero no tan astuto como su hermano, y cuando vio a Pandora, se quedó maravillado y se olvidó de cualquier advertencia que Prometeo le hubiera dado sobre los regalos de Zeus.
Pandora y Epimeteo vivían felices, pero... ¡ay, esa caja! Pandora no podía dejar de mirarla. Daba vueltas a su alrededor, la tocaba con la puntita de los dedos y se preguntaba: "¿Qué habrá dentro? ¿Serán joyas? ¿Dulces? ¿Un perrito?". La curiosidad le hacía cosquillas en la nariz y no la dejaba dormir.
Un día, cuando Epimeteo estaba ocupado contando ovejas en el campo, Pandora no pudo resistir más. Se acercó a la caja, su corazón latía como un tambor. "Solo una miradita rápida", se dijo a sí misma. "No pasará nada".
Con manos temblorosas, deshizo el lazo y levantó la tapa un poquito... ¡y ZAS! De la caja empezaron a salir un montón de pequeñas sombras oscuras y feas, como mosquitos molestos pero mucho peores. Eran la tristeza, que hace llorar; las enfermedades, que hacen decir "achís"; los enfados, que ponen la cara roja; y todas las preocupaciones que hacen fruncir el ceño. ¡Todas las cosas no tan buenas del mundo salieron volando y se esparcieron por todas partes!
Pandora se asustó tanto que cerró la caja de golpe, ¡PLAF! Pero ya era tarde. Casi todo se había escapado.
Se puso a llorar, muy triste por lo que había hecho. De repente, oyó un ruidito muy suave que venía de dentro de la caja. Con mucho cuidado, volvió a levantar la tapa un poquito, solo un poquito. Y de allí salió algo pequeñito y brillante, como una lucecita tímida. Era la Esperanza.
La Esperanza no era grande ni ruidosa como las otras cosas, pero era fuerte y cálida. Voló suavemente y se quedó con los humanos.
Desde ese día, aunque en el mundo hay tristezas y problemas por culpa de la caja de Pandora, también tenemos la Esperanza, que nos ayuda a sonreír y a pensar que, aunque algo salga mal, siempre puede mejorar. Y todo por una caja y una chica muy, muy curiosa.
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