• El perro que invitó al lobo a cenar

    Fábulas de Esopo
    Un lobo, más flaco que un espagueti y con una panza que rugía como un león, se encontró un día con un perro. El perro era todo lo contrario: gordito, con el pelo brillante y una sonrisa de oreja a oreja.

    "¡Amigo perro!", exclamó el lobo, "¿cómo haces para estar tan bien alimentado? Yo apenas encuentro una mora para engañar al estómago."

    "¡Es fácil!", ladró el perro contento. "Vivo con unos humanos muy amables. Les cuido la casa, juego con los niños, y a cambio me dan comida deliciosa, una cama calentita y muchas caricias. Si quieres, puedes venir conmigo. ¡Hay comida de sobra!"

    Al lobo le brillaron los ojos. ¡Comida deliciosa! ¡Una cama calentita! ¡Adiós al hambre y al frío! "¡Claro que quiero!", dijo el lobo, y empezó a caminar junto al perro hacia la casa.

    Ya casi llegaban cuando el lobo notó algo raro en el cuello del perro. Era una marca, como si algo hubiera estado apretado allí.

    "Oye, perro," preguntó el lobo con curiosidad, "¿qué es esa marca que tienes en el cuello?"

    El perro se encogió un poco de hombros. "Ah, eso no es nada. Es solo la marca de mi collar. A veces, para que no me escape o me porte mal, me atan con una cadena."

    El lobo se detuvo en seco. ¿Atado? ¿Con una cadena?

    "¿Entonces no puedes correr libre por el bosque cuando quieres?", preguntó el lobo.

    "Bueno, no siempre," admitió el perro. "Pero la comida es tan rica..."

    El lobo miró al perro, luego miró el bosque amplio y libre. Sacudió la cabeza. "Gracias por la invitación, amigo perro," dijo el lobo. "Pero prefiero mi hambre y mi libertad a tu comida y tu cadena. ¡Adiós!"

    Y el lobo, aunque con la panza vacía, se dio media vuelta y corrió de nuevo hacia el bosque, feliz de ser libre.

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