• El lobo y el cordero

    Fábulas de Esopo
    Un día, mientras el sol brillaba con alegría en el cielo azul, un lobo con mucha, mucha hambre se acercó a un arroyo para beber agua. Justo un poquito más abajo, en la misma corriente de agua, un corderito blanco y suave también bebía con tranquilidad.

    El lobo, al ver al corderito, pensó: "¡Qué almuerzo tan delicioso sería!". Pero como quería tener una buena razón para comérselo, le dijo con voz gruñona:
    "¡Oye tú! ¿Cómo te atreves a ensuciar el agua que voy a beber?"

    El corderito, un poco asustado pero con la verdad de su lado, respondió con su vocecita:
    "Pero, señor Lobo, ¿cómo podría yo ensuciar su agua? Si el agua corre desde donde usted está hacia donde estoy yo. ¡Es imposible que yo le ensucie el agua!"

    El lobo frunció el ceño, pensando rápido otra excusa.
    "¡Ah! Pero me acuerdo muy bien que el año pasado hablaste mal de mí."

    El corderito, aún más sorprendido, baló suavemente:
    "Señor Lobo, ¡eso tampoco puede ser! El año pasado yo ni siquiera había nacido. ¡Soy un bebé cordero!"

    El lobo se estaba poniendo un poco rojo de coraje porque el corderito siempre tenía una buena respuesta. Así que intentó una vez más:
    "Bueno, bueno. Si no fuiste tú, entonces fue tu papá, o tu mamá, o algún pariente tuyo. ¡Alguien de tu familia me insultó!"

    El corderito, con tristeza, dijo:
    "Pero señor Lobo, aunque así fuera, ¿qué culpa tengo yo de lo que otros hagan?"

    El lobo ya no sabía qué más inventar. Estaba muy hambriento y muy enfadado porque no encontraba una excusa que sonara bien. Así que, con un gruñido final, dijo:
    "¡Pues da igual! ¡Tengo hambre y te voy a comer de todas formas!"

    Y sin más excusas, el lobo saltó sobre el pobre corderito.

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