• Los dos viajeros

    Fábulas de Esopo
    Por un sendero lleno de flores y mariposas, caminaban dos amigos llamados Leo y Teo. Les encantaba explorar y siempre se prometían cuidarse el uno al otro. "¡Amigos para siempre!", decían mientras saltaban y reían.

    De repente, ¡zas! Un oso enorme y peludo apareció en el camino, justo delante de ellos. ¡Qué susto se llevaron los dos!

    Leo, que era muy rápido y un poco miedoso, no lo pensó dos veces. ¡Pum! Se subió al árbol más cercano como una ardilla asustada, dejando a Teo solo abajo. Ni siquiera miró si Teo necesitaba ayuda.

    Teo no era tan bueno trepando árboles, especialmente con tanto miedo. Pero recordó algo que su abuela le había contado: "Los osos no suelen molestar a los que están muertos". Así que, ¡plaf! Se tiró al suelo, se quedó quietecito como una estatua y aguantó la respiración, haciéndose el muerto.

    El oso se acercó lentamente a Teo. Lo olfateó por todas partes: la cabeza, las orejas, la nariz... ¡Uf, qué aliento a pescado tenía el oso! Teo aguantaba sin moverse, ¡ni un poquito!, aunque por dentro su corazón latía como un tambor.

    El oso, pensando que Teo de verdad no se movía porque estaba muerto, gruñó un poco como diciendo "Bah, esto no me interesa" y, meneando la cabeza, se fue tranquilamente por donde había venido, buscando algo más interesante que hacer.

    Cuando el oso ya estaba muy lejos, Leo bajó del árbol, un poco avergonzado pero tratando de disimular.
    "¡Uf, qué cerca estuvo eso!", dijo Leo, tratando de sonar valiente. Luego, con curiosidad, le preguntó a Teo: "Oye, Teo, ¿qué te susurró el oso al oído cuando te olfateaba? Parecía que te decía un secreto".

    Teo se levantó, sacudiéndose el polvo de la ropa. Miró a Leo con seriedad y le dijo:
    "Ah, el oso me dio un consejo muy importante. Me dijo que no es buena idea viajar con amigos que te abandonan cuando aparece el peligro".

    Leo se quedó callado y con la cara roja. Había aprendido una lección que no olvidaría fácilmente.

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