El ciervo y la vid
Fábulas de Esopo
En un bosque verde y frondoso, donde los árboles eran tan altos que parecían tocar el cielo, vivía un ciervo muy ágil. Le encantaba saltar y correr entre los helechos, sintiendo el viento en sus cuernos.
Pero un día, mientras jugaba, oyó unos ruidos extraños y ladridos de perros. ¡Eran cazadores! El corazón del ciervo empezó a latir muy, muy rápido. ¡Pum, pum, pum! "¡Tengo que esconderme!", pensó asustado.
Corrió y corrió, buscando un buen escondite. De pronto, vio una planta de vid, llena de hojas grandes y verdes que parecían una cortina natural. ¡Perfecto! Se metió debajo de las hojas, y quedó completamente oculto. ¡Ni se le veía la punta de la nariz!
Al poco rato, los cazadores pasaron muy cerca, hablando entre ellos. "No lo veo por aquí", dijo uno. "Se habrá ido por allá", contestó otro. Y siguieron su camino sin ver al ciervo. ¡Uf, qué alivio sintió el ciervo!
Esperó un poquito más, por si acaso. Cuando ya no oyó nada, pensó que el peligro había pasado. Entonces, el ciervo sintió un poco de hambre. Miró a su alrededor y vio las jugosas hojas de la vid que lo habían protegido. "Mmm, qué buena pinta tienen", pensó. Y, ¿qué creen que hizo? Empezó a mordisquear las hojas. ¡Ñam, ñam! Una hoja, luego otra.
Pero al moverse y comer, las hojas hicieron ruido: ¡frufrú, crac! Uno de los cazadores, que no estaba muy lejos, escuchó ese sonidito. "¿Qué fue eso?", le dijo a su compañero. "Parecía algo moviéndose entre las plantas. ¡Volvamos a mirar!"
Y así, los cazadores regresaron sigilosamente. Esta vez, vieron las hojas moverse y, entre ellas, al ciervo comiendo tranquilamente. ¡Pobre ciervo! Por no ser agradecido con la vid que le había salvado la vida, y en lugar de eso, empezar a comérsela, los cazadores lo descubrieron.
Y así, el ciervo aprendió, de la manera más triste, que es muy importante ser agradecido y no dañar a quienes nos ayudan.
2003 Vistas