El burro y el lobo
Fábulas de Esopo
En un prado lleno de flores amarillas y hierba fresca, vivía un burrito llamado Pipo. A Pipo le encantaba mordisquear la hierba tierna y sentir el sol en su lomo.
Un día, mientras Pipo disfrutaba de su almuerzo verde, apareció entre los árboles un lobo con cara de pocos amigos y mucha hambre. El lobo se relamió los bigotes pensando: ¡Qué burrito tan apetitoso!
Pipo sintió un escalofrío desde las orejas hasta la cola, pero era un burrito muy ingenioso. En lugar de salir corriendo como un loco, se quedó quieto y empezó a cojear de una pata trasera, haciendo gestos de mucho dolor.
"¡Ay, ay, ay!" se quejó Pipo con voz lastimera. "Señor Lobo, qué mala suerte la mía. Justo cuando usted llega, me he clavado una espina enorme en la pezuña. ¡Duele un montón!"
El lobo, sorprendido, se detuvo. "¿Una espina, dices?"
"Sí, señor Lobo," continuó Pipo, "y es una pena, porque si usted me come con la espina clavada, se le podría atascar en la garganta y sería muy molesto para usted. Quizás, si es tan amable, podría ayudarme a sacarla antes de su... bueno, de su comida."
El lobo pensó por un momento. No le gustaba la idea de una espina pinchándole la garganta. "Hmm, tienes razón, burrito. No quiero espinas en mi almuerzo. A ver, levanta la pata para que la vea."
Pipo levantó su pata trasera muy despacio, como si cada movimiento le causara un dolor terrible. El lobo se agachó, acercando su hocico a la pezuña del burrito para buscar la supuesta espina.
"Un poquito más cerca, señor Lobo, creo que está muy adentro," dijo Pipo, conteniendo la respiración.
Cuando el lobo tenía la nariz casi pegada a la pezuña, ¡ZAS! Pipo lanzó una coz con todas sus fuerzas, golpeando al lobo directamente en los dientes.
"¡AUUUUUU!" aulló el lobo, mientras veía estrellitas de colores y sentía un dolor terrible en la boca. Dio un par de volteretas y cayó al suelo, muy mareado.
Mientras el lobo se sobaba el hocico adolorido y se quejaba, Pipo aprovechó para galopar tan rápido como sus cuatro patas se lo permitieron, ¡y no paró hasta estar bien lejos de allí!
El lobo, con varios dientes menos y un humor de perros, aprendió que a veces, el más pequeño y asustado puede ser el más listo. Y Pipo siguió disfrutando de la hierba fresca, siempre atento por si aparecía otro lobo con ganas de un almuerzo fácil.
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