El lobo y la grulla
Fábulas de Esopo
En un bosque donde los árboles eran tan altos que parecían rascar las nubes, vivía un lobo que siempre tenía más hambre que sentido común. Un día, después de cazar, se sentó a comer con tanta prisa, ¡tanta prisa!, que un hueso travieso se le quedó atascado en la garganta.
¡Ay, ay, ay! El lobo tosía y se ahogaba. No podía respirar bien y sentía un dolor terrible. Corría de un lado a otro, buscando ayuda.
"¡Ayúdenme, por favor!", gemía. "¡Daré una gran recompensa a quien me saque este hueso!"
Muchos animales lo oyeron, pero nadie se atrevía a acercarse a un lobo con dolor y menos a meter la cabeza en su boca.
Pero entonces, pasó por allí una grulla, con su cuello largo y elegante. La grulla escuchó los lamentos del lobo y su promesa de recompensa.
"Hmm," pensó la grulla, "una recompensa suena bien, y con mi cuello largo y mi pico fino, quizás yo pueda ayudarlo".
Así que, con un poco de miedo pero también con curiosidad, la grulla se acercó.
"Señor Lobo", dijo con su voz suave, "¿de verdad dará una recompensa si le saco el hueso?"
"¡Claro que sí, querida grulla! ¡Lo juro!", dijo el lobo, apenas pudiendo hablar.
La grulla, confiando en su palabra, le dijo al lobo que abriera bien la boca. Con mucho, mucho cuidado, la grulla metió su largo pico dentro de la enorme boca del lobo. Buscó y buscó hasta que encontró el hueso. ¡Zas! Con un movimiento rápido y preciso, lo sacó.
El lobo respiró profundamente. "¡Uf, qué alivio!", gritó. Se sentía mucho mejor.
La grulla, contenta de haber ayudado, dijo: "Me alegro de haberle sido útil, Señor Lobo. Ahora, si no le importa, ¿mi recompensa?"
El lobo la miró, y una sonrisa astuta apareció en su cara.
"¿Recompensa?", dijo el lobo, enseñando un poco los dientes. "¿No te parece suficiente recompensa haber metido tu cabeza en mi boca y haberla sacado entera? ¡Deberías estar muy agradecida de seguir viva después de eso! ¡Vete de aquí antes de que cambie de opinión!"
La grulla se quedó sin palabras. Entendió que de un lobo así no se podía esperar nada bueno. Sacudió la cabeza y, un poco triste pero más sabia, se fue volando, pensando que la próxima vez sería mucho más cuidadosa al decidir a quién ayudar.
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