El mosquito y el león
Fábulas de Esopo
En la selva, donde los árboles son altos y el sol calienta mucho, vivía un mosquito muy pequeño pero muy presumido. Siempre estaba zumbando por todas partes, diciendo lo genial que era.
Un día, vio al gran león, el rey de la selva, descansando tranquilamente bajo la sombra de un árbol. El león era enorme, con una melena impresionante y unos dientes muy grandes.
El mosquito, sintiéndose muy valiente, voló directo hacia el león y le dijo con su vocecita chillona:
—¡Oye, tú, grandulón! Dicen que eres el rey, pero apuesto a que yo te puedo ganar en una pelea.
El león abrió un ojo, miró al mosquito y soltó una carcajada tan fuerte que hizo temblar las hojas de los árboles.
—¿Tú, cosita insignificante, ganarme a mí? ¡No me hagas reír! Vete antes de que te aplaste sin querer.
Pero el mosquito no se asustó. Al contrario, se enojó mucho.
—¡Pues te demostraré que hasta el más pequeño puede ser el más fuerte! —zumbó el mosquito, y sin esperar respuesta, se lanzó al ataque.
El mosquito, rápido como un rayo, empezó a volar alrededor de la cabeza del león. Le picaba en la nariz, luego en las orejas, después cerca de los ojos, justo en los lugares donde el león no tenía pelo y le molestaba más.
El león rugía de rabia y frustración. Daba zarpazos al aire, intentando atrapar al diminuto insecto, pero el mosquito era demasiado ágil y los esquivaba todos. El pobre león, en su intento de quitarse al molesto mosquito, se arañaba la cara y se golpeaba la nariz con sus propias garras.
Finalmente, cansado, dolorido y lleno de rasguños, el león no pudo más y gritó:
—¡Basta, basta! ¡Me rindo! ¡Tú ganas, pequeño molesto!
El mosquito, inflado de orgullo, dio una vuelta triunfal en el aire.
—¡Ja! ¡Le gané al rey de la selva! ¡Soy el más valiente y el más fuerte! —zumbaba para que todos lo oyeran.
Tan contento y distraído iba celebrando su victoria, mirando a todos lados para que lo admiraran, que no vio una telaraña muy fina que estaba escondida entre dos ramas. Y ¡plaf! Cayó directamente en ella y quedó atrapado.
Por mucho que intentó moverse y liberarse, sus patitas y alas se enredaban más y más en los hilos pegajosos.
Entonces, una araña, que había tejido la trampa, se acercó lentamente.
El pequeño mosquito, al verla, pensó con tristeza: "Qué mala suerte. Vencí al animal más poderoso de la selva, pero por ir tan presumido y distraído, ahora voy a ser la comida de una simple araña".
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