• Los dos amigos y el oso

    Fábulas de Esopo
    Leo y Max eran dos amigos que un día decidieron ir de excursión al bosque. Antes de empezar su aventura, se prometieron el uno al otro: "Si aparece algún peligro, ¡nos ayudaremos siempre!". Caminaban muy contentos, cantando y contando chistes, cuando de repente, ¡zas!, un oso enorme apareció en el camino. Era grande, peludo y parecía tener mucha hambre.

    Leo, que era muy rápido, no lo pensó dos veces. ¡Pum! Se subió al árbol más cercano tan rápido como una ardilla. Desde arriba, miraba a Max, pero no bajó a ayudarlo.

    Max no era tan bueno trepando árboles. Se quedó paralizado por un momento, pero recordó algo que había oído: que los osos no suelen molestar a los animales muertos. Así que, ¡plof!, se tiró al suelo y se quedó quietecito, quietecito, como si fuera una estatua, aguantando la respiración.

    El oso se acercó lentamente a Max. Lo olfateó por todas partes: la cabeza, las orejas, la nariz... ¡Uf, qué cosquillas debió sentir Max! Pero él seguía sin moverse ni un poquito, aunque por dentro su corazón hacía ¡bum, bum, bum! como un tambor.

    Después de un rato, el oso, pensando que Max no estaba vivo, gruñó un poquito como diciendo "Bah, esto no me interesa" y se fue caminando tranquilamente hacia el interior del bosque.

    Cuando el oso desapareció por completo, Leo bajó del árbol, un poco avergonzado. Se acercó a Max, que ya se estaba levantando y sacudiendo el polvo de la ropa.
    "¡Uf, qué susto!", dijo Leo. "Oye, Max, vi que el oso te puso el hocico muy cerca de la oreja. ¿Qué te susurró? Parecía que te contaba un secreto".

    Max miró a Leo seriamente y respondió: "Me dijo algo muy importante. Me aconsejó que no vuelva a viajar con amigos que me abandonan cuando llega el peligro".
    Leo se quedó callado, entendiendo muy bien lo que Max quería decir.

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