• El gallo y la joya

    Fábulas de Esopo
    En una granja muy alegre, donde el sol pintaba de dorado los corrales, vivía un gallo llamado Kiko. Kiko era un gallo muy madrugador y trabajador. Cada mañana, apenas salía el sol, Kiko saltaba de su percha y se ponía a escarbar en la tierra con sus fuertes patas. Buscaba gusanitos, semillas y cualquier cosita rica para desayunar.

    Un día, mientras picoteaba aquí y allá, ¡zas! Su pico golpeó algo duro y brillante.
    —¡Caramba! —cacareó Kiko, sorprendido—. ¿Qué será esto tan reluciente?
    Era una piedra preciosa, una joya que brillaba con todos los colores del arcoíris bajo el sol de la mañana. Era muy bonita, ¡sin duda!

    Kiko la miró con curiosidad. La empujó un poquito con el pico. La olfateó.
    —Mmm... —pensó el gallo—. Es muy brillante, sí. Pero... ¿se puede comer? No parece un grano de maíz. Tampoco un jugoso gusano.
    Le dio otra vuelta a la joya con la pata.
    —Para ser sincero —dijo Kiko en voz alta, aunque solo lo escuchaban las gallinas que pasaban por allí—, preferiría encontrar un solo granito de trigo. Eso sí que me llenaría la panza. Esta cosa brillante es muy linda, pero no me sirve para calmar el hambre.

    Y así, el gallo Kiko dejó la joya donde la encontró y siguió escarbando y buscando su verdadero tesoro: un buen desayuno. Para él, un simple grano de maíz valía mucho más que la joya más deslumbrante del mundo.

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