La zorra y el chivo
Fábulas de Esopo
En un día de mucho, mucho calor, un zorro llamado Renard paseaba por el campo buscando algo fresco para beber. Estaba tan distraído mirando una mariposa que, ¡plaf!, cayó dentro de un pozo profundo.
El pozo no tenía mucha agua, pero sí paredes muy altas. Renard intentó saltar, trepar, ¡pero nada! No podía salir. "¡Vaya lío!", pensó el zorro.
Al rato, una cabra con una barba muy graciosa se asomó al pozo. Tenía mucha sed por el calor del día.
"Hola, señor Zorro," dijo la cabra. "¿Qué tal está el agua por ahí abajo? ¿Es fresca?"
Renard, que era muy astuto, vio su oportunidad.
"¡Deliciosa!" exclamó el zorro, relamiéndose los bigotes. "¡La mejor agua que he probado en mi vida! ¡Fresquita, dulce! ¡Baja y pruébala!"
La cabra, sin pensarlo dos veces, ¡zas!, saltó dentro del pozo. Bebió un poco de agua. No estaba tan mal, pero tampoco era para tanto como decía el zorro.
"Ahora, ¿cómo salimos de aquí?", preguntó la cabra, mirando las paredes altas.
"¡Fácil!" dijo Renard. "Apóyate en la pared con tus patas delanteras, yo subiré por tu espalda, luego por tus cuernos, y desde arriba te ayudaré a salir."
La cabra, confiada, hizo lo que el zorro le dijo. Se empinó y Renard, ágil como un rayo, trepó por la espalda de la cabra, usó sus largos cuernos como escalera y de un salto salió del pozo.
Una vez afuera, el zorro miró hacia abajo y le dijo a la cabra:
"Amiga cabra, si tuvieras tanta inteligencia como pelos en tu barba, no habrías bajado sin pensar primero cómo ibas a salir después."
Y con una risita, Renard se fue, dejando a la pobre cabra sola en el fondo del pozo, aprendiendo que hay que mirar bien antes de saltar.
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