El niño y el lobo
Fábulas de Esopo
En un pueblito rodeado de verdes colinas vivía un joven pastor llamado Pedro. Su trabajo era cuidar un rebaño de ovejas blanquitas y esponjosas en la ladera de una montaña. Todos los días era lo mismo: el sol, las ovejas comiendo pasto, y Pedro observando.
Un día, mientras las ovejas masticaban tranquilamente, Pedro se aburrió muchísimo. "¡Qué aburrido es esto!", pensó. "¡Voy a divertirme un poco!".
Entonces, respiró hondo y gritó con todas sus fuerzas: "¡El lobo! ¡El lobo! ¡Un lobo viene a comerse las ovejas!".
Los aldeanos del pueblo, que estaban trabajando en sus campos, oyeron los gritos. "¡Pobre Pedro! ¡Hay que ayudarlo!", dijeron, y corrieron montaña arriba con palos y herramientas para espantar al lobo.
Cuando llegaron, encontraron a Pedro riéndose a carcajadas. "¡Ja, ja, ja! ¡Los engañé! ¡No hay ningún lobo!", dijo Pedro, secándose las lágrimas de la risa.
Los aldeanos se enfadaron un poco, pero pensaron que solo era una broma de niño y volvieron a sus tareas, murmurando entre ellos.
Unos días después, Pedro volvió a aburrirse. Miró a sus ovejas, miró al cielo, y decidió repetir la broma.
Y otra vez gritó: "¡El lobo! ¡El lobo! ¡Esta vez es de verdad, viene un lobo enorme!".
Los aldeanos, aunque un poco dudosos esta vez, pensaron que quizás era cierto y volvieron a subir corriendo la montaña. ¡Y otra vez, Pedro se reía de ellos!
Esta vez, los aldeanos se enfadaron mucho más. "¡No vuelvas a hacer eso, Pedro!", le advirtieron seriamente antes de marcharse muy molestos. "¡No es gracioso!".
Pasó el tiempo, y una tarde, mientras el sol comenzaba a esconderse detrás de las montañas, un lobo de verdad, grande y con ojos hambrientos, apareció sigilosamente entre los árboles. El lobo empezó a acechar a las ovejas, relamiéndose.
Pedro, esta vez muy asustado de verdad, sintió un escalofrío y gritó con todas sus fuerzas, con la voz temblorosa: "¡El lobo! ¡El lobo! ¡Auxilio, un lobo de verdad! ¡Ayúdenme, por favor!".
Gritó y gritó, pero los aldeanos oyeron sus gritos desde el pueblo y se miraron unos a otros.
"Bah", dijo uno, "es Pedro otra vez, queriendo burlarse de nosotros. Ya no nos engaña".
"Sí", dijo otro, "seguro que es otra de sus bromas. No vamos a caer".
Y nadie, absolutamente nadie, fue a ayudarlo.
El lobo, al ver que nadie venía, se acercó al rebaño y asustó mucho a las pobres ovejas, que corrieron dispersas por la montaña. Algunas incluso se perdieron y Pedro tuvo que pasar mucho miedo y trabajo para reunirlas.
Pedro, muy triste y solo, mientras buscaba a sus ovejas con lágrimas en los ojos, entendió una lección muy importante. Comprendió que por sus mentiras, nadie le había creído cuando más lo necesitaba.
Y así fue como Pedro aprendió que decir siempre la verdad es muy, muy importante, porque si mientes, cuando de verdad necesites ayuda o digas algo cierto, nadie te creerá.
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