• El pastor y el lobo

    Fábulas de Esopo
    En un pueblito rodeado de verdes colinas, vivía un joven pastorcito llamado Pablito. Cada día, Pablito llevaba su rebaño de ovejas a pastar a la ladera de una montaña. Pero, ¡ay!, Pablito se aburría muchísimo. Contar ovejas era divertido al principio, pero después de la oveja número cien, ya no tanto.

    Un día, mientras las ovejas comían tranquilamente y el sol calentaba su nariz, a Pablito se le ocurrió una idea para divertirse un poco. Respiró hondo y gritó con todas sus fuerzas: "¡Lobo! ¡Lobo! ¡Un lobo está atacando a las ovejas!"

    Los aldeanos del pueblo cercano, que estaban trabajando en sus campos, oyeron los gritos de Pablito. Dejaron sus herramientas y corrieron montaña arriba, armados con palos y horcas, listos para espantar al lobo. Pero cuando llegaron, encontraron a Pablito riéndose a carcajadas. "¡Era una broma!", dijo entre risas. "¡No hay ningún lobo! ¡Deberían haber visto sus caras!"

    Los aldeanos se enfadaron un poco. "Pablito, eso no es divertido", dijo uno de ellos. "Nos has hecho correr para nada". Y volvieron a sus trabajos, refunfuñando.

    Al día siguiente, Pablito volvió a aburrirse. Las ovejas masticaban, el sol brillaba, y todo era igual de tranquilo. "¡Voy a hacerlo otra vez!", pensó Pablito con una sonrisa traviesa. Y de nuevo gritó: "¡Lobo! ¡Lobo! ¡Ha vuelto el lobo!".

    Otra vez, los aldeanos, aunque un poco más desconfiados, corrieron a ayudar. Y otra vez, Pablito se rió de ellos. Esta vez, los aldeanos se enfadaron mucho más. "¡Pablito, te hemos dicho que no hagas eso!", le advirtió una señora con el ceño fruncido. "¡La próxima vez no te creeremos!"

    Pablito no les hizo caso y repitió la broma varias veces más en los días siguientes. Cada vez, menos aldeanos acudían a su llamada, hasta que finalmente, ya nadie le hacía caso cuando gritaba "¡Lobo!".

    Pero un día, mientras Pablito estaba medio dormido bajo un árbol, ¡un lobo de verdad apareció entre los arbustos! Era grande, con ojos amarillos y dientes muy afilados. El lobo empezó a acechar a las ovejas.

    Pablito sintió un miedo terrible. Saltó y gritó con toda el alma: "¡Lobo! ¡Lobo! ¡Esta vez es de verdad! ¡Por favor, ayúdenme! ¡Un lobo de verdad está aquí!"

    Los aldeanos oyeron sus gritos desde el pueblo. "Bah", dijo un granjero, "es Pablito otra vez con sus mentiras". "Seguro que quiere que volvamos a subir corriendo para reírse", comentó otro. Y así, nadie fue a ayudarle.

    El lobo, al ver que nadie venía, se acercó al rebaño y empezó a perseguir a las ovejas, llevándose algunas. Pablito lloró amargamente, viendo cómo el lobo se llevaba sus queridas ovejas. Lloró no solo por las ovejas perdidas, sino porque comprendió que por culpa de sus mentiras, nadie le había creído cuando realmente decía la verdad y necesitaba ayuda.

    Desde aquel día, Pablito aprendió una lección muy importante: siempre hay que decir la verdad, porque si te conocen como un mentiroso, nadie te creerá, ni siquiera cuando estés en un verdadero apuro.

    1735 Vistas