El león y el ratón
Fábulas de Esopo
El sol brillaba fuerte en la selva, y un león grandote, con una melena que parecía un sol pequeño, decidió tomar una siesta. Dormía profundamente bajo la sombra de un árbol gigante, roncando un poquito.
De repente, un ratoncito muy curioso y juguetón, que andaba explorando, no vio al león dormido y, ¡zas!, corrió por encima de la nariz del león.
El león despertó de un salto, muy enfadado. ¡Grrrr! Con su enorme pata, atrapó al ratoncito tembloroso.
"¡Pequeño intruso! ¿Cómo te atreves a despertarme?", rugió el león, abriendo su gran boca.
El ratoncito, muerto de miedo, chilló: "¡Oh, por favor, Rey León, no me comas! Soy muy chiquito, no seré un buen almuerzo. Si me dejas ir, te prometo que algún día te devolveré el favor. ¡De verdad!"
El león miró al ratoncito y soltó una carcajada. "¿Tú? ¿Un ratoncito tan pequeño ayudarme a mí, el rey de la selva? ¡Qué gracioso!" Pero como el león estaba de buen humor después de su siesta interrumpida, y la idea le pareció divertida, decidió soltarlo. "Está bien, vete. Pero ten más cuidado la próxima vez."
El ratoncito, aliviado, le dio las gracias mil veces y se fue corriendo.
Pasaron algunos días. Un día, mientras el león caminaba orgulloso por la selva, ¡plaf!, cayó en una trampa. Unos cazadores habían puesto una red muy fuerte hecha de cuerdas gruesas. El león intentó escapar, rugió con todas sus fuerzas, pero cuanto más se movía, más se enredaba. Estaba atrapado y muy triste.
Sus rugidos de desesperación se oyeron por toda la selva. El ratoncito, que andaba cerca buscando semillas, escuchó los rugidos y reconoció la voz del león. "¡Oh, no! ¡Es el señor León!", pensó.
Corrió tan rápido como sus patitas le permitieron y encontró al león en la red, muy angustiado.
"¡No te preocupes, señor León!", chilló el ratoncito. "¡Yo te ayudaré!"
El león apenas podía creerlo. "¿Tú? ¿Cómo podrías ayudarme?"
Pero el ratoncito no perdió tiempo. Se acercó a las cuerdas y, con sus dientecitos pequeños pero muy afilados, empezó a roerlas. Ñam, ñam, ñam. Roía una cuerda, luego otra, y otra más.
Trabajó sin parar durante un buen rato, y poco a poco, las gruesas cuerdas se rompieron. Finalmente, con un último mordisco, ¡la red se abrió y el león quedó libre!
El león se levantó, sacudió su melena y miró al ratoncito con enorme gratitud. "Pequeño amigo", dijo con voz suave, "me has salvado la vida. Tenías razón. Aunque seas pequeño, tu ayuda ha sido más grande que la de cualquiera. Nunca olvidaré lo que has hecho por mí."
Desde ese día, el gran león y el pequeño ratoncito fueron los mejores amigos. Y el león aprendió que hasta el más pequeño de los amigos puede ser el más grande de los ayudantes, y que una buena acción, por pequeña que sea, siempre vuelve.
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