• La doncella Maleen

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    En un reino brillante como el sol, vivía una princesa llamada Malena. Malena quería mucho a un príncipe de un reino vecino, ¡y el príncipe también la quería a ella! Pero el papá de Malena, el Rey, dijo: "¡No, no y no! ¡No te casarás con él!".

    Como Malena no quería casarse con nadie más, su papá se enfadó mucho y la encerró en una torre muy alta, ¡altísima! Con ella fue su fiel doncella. Les dejaron comida para siete años. "En siete años", pensó el Rey, "ya se le habrá olvidado ese príncipe".

    Pasaron los siete años, ¡tic-tac, tic-tac! La comida se acabó. Malena y su doncella intentaron salir, pero la puerta estaba atrancada. Con todas sus fuerzas, empujaron y ¡zas! Unas piedras cayeron y pudieron escapar.

    Pero ¡qué tristeza! Su reino estaba destruido, no quedaba nadie. "¿Y ahora qué hacemos?", preguntó la doncella. "Caminaremos hasta encontrar un nuevo hogar", dijo Malena con valentía.

    Caminaron y caminaron, y llegaron a un castillo. ¡Era el castillo del príncipe que Malena tanto quería! Pidieron trabajo y las contrataron para ayudar en la cocina. ¡Nadie reconoció a la princesa Malena, pues estaba muy cambiada y con ropas sencillas!

    Un día, ¡sorpresa! El príncipe se iba a casar. Pero no con Malena. Su nueva prometida era una princesa un poco... bueno, no muy simpática y además, no quería que nadie la viera bien porque se sentía fea.

    Cuando llegó el día de ir a la iglesia, la nueva princesa le dijo a Malena: "Tú eres bonita. Ponte mi vestido y ve en mi lugar. ¡Pero no digas ni una palabra!".

    Malena, con el corazón un poco triste pero también con esperanza, se puso el vestido. Al pasar junto a una plantita de ortigas, susurró:
    "Ortiguita, ortiguita, ¿qué haces aquí solita?
    Yo soy Malena, la princesita,
    encerrada en la torre, ¡qué penita!"
    El príncipe, que iba al lado, escuchó algo, pero no entendió bien.

    Al subir un escalón de la iglesia, Malena dijo bajito:
    "Escaloncito, escaloncito, ¿por qué crujes tanto?
    Yo soy Malena, la princesita,
    que no debería pisarte, ¡sino la otra, caramba!"

    Y al entrar por la puerta de la iglesia:
    "Puertita, puertita, ¿por qué te abres así?
    La verdadera novia está en casa, ¡y yo estoy aquí!"
    El príncipe escuchaba estas palabras y pensaba: "Esa voz... me suena mucho".

    Después de la ceremonia, en la fiesta, el príncipe le preguntó a la que creía su nueva esposa (que era Malena disfrazada): "¿Qué le dijiste a la ortiga en el camino?".
    La verdadera princesa (la antipática), que estaba escondida cerca, no sabía qué decir. "Yo... ¡a ninguna ortiga!", contestó nerviosa.
    El príncipe insistió: "¿Y al escalón de la iglesia?".
    "¡A ningún escalón!", dijo la otra, cada vez más enfadada.
    "¿Y a la puerta?".

    Entonces, Malena, que ya no podía más, se quitó el velo y dijo con su propia voz: "Yo sí sé lo que dije. A la ortiga le dije..." y repitió sus versos. Luego, se tocó un collar que el príncipe le había regalado hacía muchos años. "Y este collar... ¿lo recuerdas?".

    ¡El príncipe la reconoció al instante! "¡Malena! ¡Eres tú!". Su corazón saltó de alegría.

    La princesa antipática se puso muy roja de vergüenza y tuvo que irse del castillo. El príncipe y Malena se casaron ese mismo día, ¡esta vez de verdad! Y fueron muy, muy felices, comiendo perdices (¡o lo que más les gustara!).

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