El Gato y el Ratón
Cuentos de los Hermanos Grimm
En una casita no muy grande, pero sí muy calentita, vivían juntos un gato y un ratón. Un día, decidieron que serían buenos compañeros y se ayudarían mutuamente, especialmente cuando llegara el frío invierno.
"Deberíamos guardar comida para cuando no haya nada que cazar," propuso el gato, que era bastante listo.
"¡Qué buena idea!" respondió contento el ratoncito. "Así no pasaremos hambre."
Compraron una olla llena de rica manteca, ¡deliciosa! Y pensaron dónde esconderla.
"En la iglesia, debajo del altar," sugirió el gato. "Nadie la buscará allí, es un lugar seguro y fresco."
Así lo hicieron. Escondieron la olla de manteca y prometieron no tocarla hasta que realmente la necesitaran.
Pero al poco tiempo, al gato le entró un antojo terrible de probar esa manteca. Así que le dijo al ratón:
"Ratoncito amigo, tengo que irme un momento. Mi prima ha tenido un gatito y me ha pedido que sea el padrino en su bautizo. No puedo negarme."
"Claro, ve," dijo el ratón, que era muy confiado. "¡Qué honor!"
El gato corrió a la iglesia, levantó la tapa de la olla y ¡ñam! se comió la capa de arriba de la manteca. ¡Qué rica estaba! Luego volvió a casa.
"¿Cómo se llama tu ahijado?" preguntó el ratón.
"Se llama... pues... se llama Quitacorteza," mintió el gato, lamiéndose los bigotes disimuladamente.
"¡Qué nombre tan curioso!" dijo el ratón.
No pasó mucho tiempo y al gato le volvió el antojo.
"Ratoncito," dijo otra vez, "¡qué casualidad! Me han vuelto a llamar para otro bautizo. Parece que soy un padrino muy solicitado."
El ratón, aunque un poco extrañado, le dijo: "Bueno, si tienes que ir, ve."
El gato fue derechito a la iglesia, destapó la olla y ¡ñam, ñam! esta vez se comió hasta la mitad de la manteca. Volvió a casa muy satisfecho.
"¿Y este ahijado cómo se llama?" preguntó el ratón.
"Este... este se llama A-la-Mitad," respondió el gato, con una sonrisita.
"Vaya, otro nombre peculiar," pensó el ratón.
El gato no podía dejar de pensar en la manteca que quedaba. Así que, por tercera vez, inventó una excusa.
"¡Ratoncito, no te lo vas a creer!" exclamó. "¡Un tercer bautizo! Debo ser el mejor padrino del mundo."
El ratón ya sospechaba algo. Esos nombres eran muy raros y el gato parecía demasiado contento. Pero no dijo nada y dejó ir al gato.
El gato, ni corto ni perezoso, fue a la iglesia y, esta vez, ¡ñam, ñam, ñam! se comió toda la manteca que quedaba. No dejó ni una pizca. ¡La olla quedó reluciente!
Cuando volvió, el ratón preguntó con una vocecita: "¿Y el nombre de este?"
"Este... este se llama... Todo-Comido," dijo el gato con la barriga muy llena, casi sin poder moverse.
Llegó el invierno de verdad, con nieve y mucho frío. La comida empezó a escasear.
"Gato," dijo el ratón, "ha llegado el momento. Vamos a por nuestra olla de manteca."
Fueron juntos a la iglesia. Buscaron debajo del altar. Allí estaba la olla.
El ratón la destapó emocionado y... ¡Oh, sorpresa! ¡Estaba completamente vacía!
El ratón miró al gato. De repente, entendió todo. Los nombres de los supuestos ahijados...
"¡Quitacorteza!" gritó el ratoncito. "¡Luego A-la-Mitad! ¡Y al final Todo-Comido! ¡Tú te comiste toda nuestra manteca, gato tramposo!"
El gato, al verse descubierto, no supo qué decir. Bueno, sí supo. Dijo: "Todo-Comido..." y antes de que el pobre ratoncito pudiera decir "ni pío" o escapar, ¡ZAS! el gato se lo comió también.
Y así termina la historia de la curiosa sociedad entre el gato y el ratón, que no duró tanto como el ratoncito esperaba.
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