El Príncipe Rana
Cuentos de los Hermanos Grimm
En un reino donde los pájaros cantaban melodías alegres, vivía una princesa a la que le encantaba jugar con su pelota de oro. Era su juguete favorito, ¡brillaba como el sol! Un día, mientras jugaba cerca de un pozo profundo y oscuro en el jardín del castillo, ¡zas! La pelota se le escapó y cayó al agua. ¡Pluf! La princesa se puso muy triste y empezó a llorar.
De repente, oyó un "¡Croac, croac!". Una rana verde y un poco viscosa asomó la cabeza fuera del agua.
"¿Por qué lloras tanto, princesa?", preguntó la rana.
"¡Oh, rana!", sollozó la princesa, "¡Mi pelota de oro ha caído al pozo!".
La rana dijo: "Yo puedo ayudarte a recuperarla. Pero, ¿qué me darás a cambio?".
"¡Lo que quieras, rana lista!", exclamó la princesa, pensando que la rana no pediría mucho.
"Quiero ser tu amiga", dijo la rana. "Quiero comer de tu plato, beber de tu copa y dormir en tu cama".
La princesa pensó: "¡Qué rana tan tonta! ¿Cómo va a hacer todo eso?". Así que dijo: "¡Sí, sí, te lo prometo todo!".
La rana se zambulló y al poco rato apareció con la pelota dorada en la boca. ¡Qué contenta se puso la princesa! Agarró su pelota y, sin decir ni adiós, echó a correr hacia el castillo, olvidándose por completo de la pobre rana.
Al día siguiente, mientras la princesa cenaba con su padre, el rey, oyeron unos golpecitos en la puerta: ¡Ploc, ploc, ploc! Luego una vocecita cantarina: "Princesita, la más pequeña, ábreme la puerta".
La princesa fue a ver quién era y, ¡oh sorpresa!, allí estaba la rana. Dio un portazo y volvió a la mesa, un poco asustada.
El rey, que era muy sabio, le preguntó qué pasaba. La princesa, con la cara roja, le contó toda la historia.
El rey frunció el ceño y dijo: "Lo que se promete, se cumple. Ve y abre la puerta".
La princesa, de muy mala gana, abrió. La rana saltó dentro y la siguió hasta la mesa.
"Quiero comer de tu plato dorado", dijo la rana. La princesa tuvo que acercarle el plato, aunque no le hacía ninguna gracia.
Después, la rana dijo: "Ahora tengo sed, quiero beber de tu copita de cristal". Y la princesa tuvo que compartir su bebida.
Cuando terminaron, la rana bostezó: "Estoy cansada, llévame a tu habitación, quiero dormir en tu camita de seda".
A la princesa esto ya le pareció demasiado. ¡Una rana fría y húmeda en su cama! ¡Qué asco! Se enfadó tanto que agarró a la rana y, sin pensarlo dos veces, ¡la lanzó con todas sus fuerzas contra la pared! ¡PUM!
Pero en lugar de un "croac" de dolor, oyó un suspiro. Cuando miró, en el suelo no había ninguna rana. En su lugar, había un príncipe joven y apuesto, con ojos amables.
El príncipe le sonrió y le explicó que una bruja malvada lo había convertido en rana, y que solo una princesa podría romper el hechizo. Aunque la princesa no lo había tratado muy bien al principio, su último acto, aunque brusco, había sido el que rompió el encantamiento.
La princesa se sintió un poco avergonzada, pero también muy contenta. El príncipe era mucho más agradable que la rana.
Se hicieron muy buenos amigos, y con el tiempo, el príncipe y la princesa se quisieron mucho y vivieron felices para siempre en el reino donde los pájaros seguían cantando sus melodías más alegres.
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