El agua de la vida
Cuentos de los Hermanos Grimm
En un reino brillante y lleno de sol, vivía un Rey muy querido. Pero un día, el Rey se puso muy enfermo. Ningún doctor sabía qué hacer, y el Rey se sentía cada vez más débil. Todos en el palacio estaban muy preocupados.
Un anciano sabio apareció y dijo con voz misteriosa: "Solo el Agua de la Vida puede curar al Rey. Se encuentra en un castillo encantado, muy lejos de aquí".
El hijo mayor del Rey, que era un poco presumido y pensaba que todo lo podía hacer él solo, dijo con fuerza: "¡Yo iré a buscarla!". Se montó en su caballo y partió. En el bosque, se encontró con un enanito que le preguntó: "¿A dónde vas tan deprisa, joven príncipe?".
"¡Eso no te importa, enano entrometido!", respondió el príncipe con mala cara y siguió su camino.
El enanito, que era un poco mágico, frunció el ceño y ¡zas! El camino por el que iba el príncipe se hizo tan estrecho que terminó atrapado en un barranco oscuro, sin poder salir ni entrar.
Como el hijo mayor no volvía, el segundo hijo, que también era bastante orgulloso, dijo: "¡Pues iré yo!". Le pasó exactamente lo mismo. Fue grosero con el enanito y ¡pum! Quedó atrapado en otro barranco.
Finalmente, el hijo menor, que era amable y de buen corazón, le pidió permiso al Rey para ir. En el bosque, también se encontró al enanito. "¿A dónde vas, buen muchacho?", preguntó el enanito.
"Voy a buscar el Agua de la Vida para mi padre, que está muy enfermo", respondió el príncipe con educación. "¿Podrías ayudarme, por favor?".
El enanito sonrió. "Porque has sido amable, te ayudaré. Toma esta varita de hierro; con ella podrás abrir la puerta del castillo encantado. Y toma estos dos panecillos; dáselos a los leones que custodian la entrada y te dejarán pasar. Dentro del castillo, busca una fuente. De allí brota el Agua de la Vida. Pero ¡apresúrate! Debes tomarla antes de que el reloj del castillo dé las doce de la noche, o la puerta se cerrará para siempre. También encontrarás una espada y un pan que te serán muy útiles".
El enanito añadió: "En una habitación, verás a una princesa dormida. Si le das un beso, se despertará. Ella te dirá que vuelvas en un año para casaros".
El príncipe agradeció al enanito y siguió sus instrucciones. Con la varita abrió la pesada puerta de hierro. Los leones rugieron, pero al darles los panecillos, se calmaron y lo dejaron pasar. Encontró la fuente y llenó una botella con el Agua de la Vida justo cuando el reloj empezaba a dar las campanadas de medianoche. También tomó la espada y el pan que vio allí. Luego, encontró a la princesa dormida, le dio un beso suave y ella despertó, sonriendo. Le dijo que volviera en un año para la boda y le dio las gracias por romper el hechizo.
De regreso, se encontró de nuevo con el enanito, quien le dijo: "Has sido valiente y bueno. Aquí tienes el Agua de la Vida. Pero ten cuidado con tus hermanos, son envidiosos". El príncipe, con su buen corazón, le pidió al enanito que liberara a sus hermanos de los barrancos, y el enanito así lo hizo.
Los tres hermanos se reunieron, y el menor les contó su aventura. Pero los hermanos mayores sintieron mucha envidia. Mientras el hermano menor dormía una noche, cambiaron el Agua de la Vida de su botella por agua de mar muy salada.
Cuando llegaron al palacio, los hermanos mayores corrieron hacia el Rey. "¡Padre, te traemos el Agua de la Vida!", dijeron, y le dieron el agua que ellos llevaban (que era la verdadera, la que le habían robado al menor). El Rey la bebió y se sintió mucho mejor al instante. ¡Estaba curado!
Luego, cuando el hijo menor le ofreció su botella, el Rey bebió un sorbo y tosió. "¡Esto es agua salada! ¡Has intentado envenenarme!", gritó, muy enfadado porque sus otros hijos le habían dicho que el menor era un traidor.
El Rey, engañado por los hermanos mayores, ordenó a un cazador que llevara al hijo menor al bosque y no lo dejara volver. Pero el cazador sintió pena por el joven príncipe y lo dejó escapar, diciéndole que no regresara nunca.
El príncipe vivió solo en el bosque durante un tiempo. Un día, escuchó que un reino vecino estaba en guerra y su Rey estaba perdiendo todas las batallas. El príncipe, usando la espada mágica que había tomado del castillo encantado, ayudó a ese Rey a ganar la guerra. El Rey estaba tan agradecido que le ofreció muchas riquezas y la mano de su hija. Pero el príncipe solo pensaba en la princesa del castillo encantado y dijo que debía seguir su camino.
Mientras tanto, la princesa del castillo encantado había mandado construir un camino de oro puro que llegaba hasta su palacio. Anunció que solo se casaría con quien llegara cabalgando directamente por ese camino.
El hermano mayor, pensando que era su oportunidad, fue al castillo. Pero al ver el camino de oro, pensó: "Sería una pena estropear tanto oro con las herraduras de mi caballo", y cabalgó por un lado del camino. Cuando llegó a la puerta, los guardias le dijeron que no era el elegido y lo echaron.
Al segundo hermano le pasó lo mismo. También le dio pena el oro y cabalgó por el lado. ¡Tampoco lo dejaron entrar!
Finalmente, llegó el hijo menor. Estaba tan feliz y emocionado por ver a la princesa que ni se fijó en si el camino era de oro o de tierra. Cabalgó directo por el centro del camino dorado. ¡Las puertas del castillo se abrieron de par en par y la princesa corrió a recibirlo con los brazos abiertos!
Hubo una gran fiesta. La princesa le contó a su padre, el Rey (que ya se había recuperado gracias al Agua de la Vida), toda la verdad: cómo el príncipe menor había conseguido el agua y cómo sus hermanos lo habían engañado y se habían llevado el mérito.
El Rey se puso muy contento al saber que su hijo menor era bueno y valiente, y lamentó haberlo tratado tan mal.
Los hermanos mayores, al ver que todo se había descubierto, huyeron lejos del reino por miedo al castigo y nunca más se supo de ellos.
El príncipe y la princesa se casaron y celebraron una boda maravillosa que duró muchos días. Y vivieron felices para siempre, reinando con justicia y bondad.
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