El joven gigante
Cuentos de los Hermanos Grimm
En una casita de campo, no hace tanto tiempo, vivía un campesino con su esposa. Un día tuvieron un hijito, pero ¡qué sorpresa! Era tan pequeño, tan pequeño, que cabía en la palma de una mano y no era más grande que un dedo pulgar. Lo llamaban Pulgarcito, aunque no por mucho tiempo.
Un día, mientras el pequeñín estaba jugando cerca del bosque, un gigante enorme que pasaba por allí lo vio. El gigante, con sus ojos grandotes, se agachó y dijo: "¡Vaya, qué cosita tan diminuta! Me lo llevaré a mi casa y lo cuidaré". Y así, con mucho cuidado, el gigante recogió al niño y se lo llevó a su cueva en lo alto de una montaña.
Allí, el gigante fue un papá muy bueno. Le daba la mejor leche de cabra montesa y panecillos hechos con harina de nubes (o eso parecía). El niño comía y comía, y como la comida de gigante era tan nutritiva, empezó a crecer. Creció un poquito, luego otro poquito más, y siguió creciendo hasta que ¡zas!, se convirtió en un joven enorme y fuerte, casi tan grande como el gigante que lo había criado.
Un día, el gigante bueno le dijo: "Hijo, has crecido mucho y eres muy fuerte. Para probar tu fuerza, ve a ese bosque y arranca el árbol más joven que veas". El joven fue, pero en lugar de arrancar el más joven, vio un roble viejísimo y enorme, lo agarró con las dos manos y ¡plaf!, lo sacó de raíz como si fuera una margarita.
Cuando volvió con el árbol al hombro, el gigante sonrió y dijo: "¡Vaya! Te pedí el más joven y me traes el más viejo. Pero veo que eres increíblemente fuerte. Te daré esta barra de hierro; es muy pesada y nadie más que tú podrá levantarla. Ahora eres libre de ir a ver mundo".
El joven gigante, que ahora era un muchacho grandote, extrañaba a sus verdaderos padres. Así que tomó la barra de hierro, que para él era ligera como una pluma, y se despidió del gigante bueno. Caminó y caminó hasta que llegó a la pequeña granja de sus padres.
Cuando llamó a la puerta, sus padres se asustaron muchísimo. "¿Quién es este grandulón?", pensaron. El joven les dijo: "Soy yo, vuestro hijo". Pero ellos no lo reconocían, ¡había crecido tanto! Para probarlo, el padre le dijo: "Si eres nuestro hijo, ayúdanos a arar el campo".
El joven gigante tomó el arado, pero en lugar de que un caballo tirara de él, lo enganchó a su cinturón y empezó a tirar él mismo. ¡Aró el campo en un periquete, pero con tanta fuerza que la tierra quedó removida muy, muy hondo! Luego, cuando fueron a cortar leña, el joven dio un solo golpe con el hacha y partió el tronco más grueso en mil astillas.
Sus padres se dieron cuenta de que, aunque era su hijo, era demasiado fuerte y grande para su pequeña granja. Con tristeza, le dijeron que quizás debería buscar fortuna en otro lugar. El joven gigante entendió. "Está bien", dijo. "Pero como pago por mi trabajo, quiero esa barra de hierro que traje". El padre intentó levantarla, pero ni él ni varios vecinos juntos pudieron moverla un centímetro. El joven gigante la recogió con una mano, se despidió y se marchó.
Llegó a un pueblo donde un herrero necesitaba ayuda. El joven gigante le dijo que podía trabajar para él. El herrero, viendo su tamaño, le dio un trozo de hierro y le dijo que lo golpeara en el yunque. El joven gigante tomó el martillo más grande, dio un golpe y ¡cataplum! El yunque se partió en dos y el trozo de hierro se hundió en el suelo. El herrero se asustó un poco y le dijo que quizás no tenía trabajo para alguien tan fuerte.
El joven siguió su camino y encontró a un mayordomo de una gran finca que buscaba un capataz fuerte. El mayordomo era un poco tacaño y pensó: "Este grandulón trabajará por tres, pero le pagaré por uno". Acordaron un salario. El joven gigante trabajaba muchísimo, haciendo el trabajo de varios hombres.
Cuando llegó el día de pago, el mayordomo tacaño no quería darle su dinero. Así que ideó un plan. Le dijo: "Esta noche, después de cenar, ve al jardín. Allí, bajo el gran nogal, encontrarás a dos hombres que te darán tu paga". Pero en realidad, eran dos bribones contratados para darle una paliza y que se fuera sin cobrar.
Esa noche, el joven gigante fue al nogal. Los dos bribones saltaron sobre él, pero el joven gigante, sin mucho esfuerzo, los agarró, uno en cada mano, y los hizo chocar suavemente en el aire, como si fueran campanas. Luego los dejó en el suelo, un poco mareados, y se fue a dormir.
Al día siguiente, el mayordomo se sorprendió al verlo tan tranquilo. Ideó otro plan. Le dijo: "En el fondo del pozo viejo hay una piedra de molino muy grande. Si la sacas, te pagaré el doble". Pensó que el joven se quedaría atrapado o se cansaría.
El joven gigante bajó al pozo, encontró la enorme piedra redonda, se la pasó por la cabeza y se la colgó del cuello como si fuera un collar. Subió tan campante. Cuando el mayordomo lo vio con la piedra de molino al cuello, ¡casi se desmaya del susto! Nunca había visto a nadie tan fuerte.
Rápidamente, el mayordomo le dio una bolsa llena de monedas de oro, mucho más de lo que habían acordado, y le pidió por favor que se fuera. El joven gigante sonrió, tomó su dinero y su barra de hierro, y se fue a recorrer el mundo, viviendo muchas aventuras y usando su fuerza para ayudar a la gente buena y, a veces, para darles un susto a los tacaños como aquel mayordomo.
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