La Bella Durmiente
Cuentos de los Hermanos Grimm
En un reino lleno de sol y flores, vivían un rey y una reina que tenían un deseo muy grande en su corazón: ¡querían un bebé! Y un día, ¡zas!, su deseo se cumplió. Nació una princesita tan linda como un capullo de rosa.
Para celebrar, el rey organizó una fiesta ¡enorme! Invitó a todas las hadas buenas del reino. Eran trece, pero el rey solo tenía doce platos de oro. ¡Qué lío! Así que una hada se quedó sin invitación y, claro, se enfadó un poquito... bueno, ¡muchísimo!
Las doce hadas invitadas llegaron y, una por una, le dieron a la bebé regalos maravillosos: belleza, alegría, inteligencia... ¡todo lo bueno! Cuando ya casi terminaban, ¡paff!, apareció la hada número trece, la que no fue invitada. Estaba muy, muy enfadada. Con voz tenebrosa, dijo: "Cuando la princesa cumpla quince años, se pinchará el dedo con un huso de hilar y ¡caerá muerta!".
¡Oh, no! Todos se asustaron muchísimo. Pero, ¡esperen! Quedaba una hada buena que aún no había dado su regalo. Ella no podía deshacer el hechizo del todo, pero sí cambiarlo un poquito. Dijo con voz dulce: "La princesa no morirá. Solo dormirá profundamente durante cien años, hasta que un beso de amor verdadero la despierte".
El rey, para proteger a su hija, ordenó quemar todos los husos de hilar del reino. ¡Ni uno solo debía quedar! La princesita creció feliz, curiosa y muy querida por todos.
Llegó el día en que cumplía quince años. Ese día, mientras sus papás no estaban, la princesa exploraba el castillo. Subió y subió por una escalera de caracol hasta una torre muy vieja que nunca antes había visto. Allí, en un cuartito pequeño, vio a una anciana hilando con un huso. ¡Qué raro! La princesa nunca había visto uno.
"¿Qué es eso tan curioso?", preguntó la princesa. La anciana sonrió y le mostró el huso. La princesa, llena de curiosidad, lo tocó y, sin querer, ¡zas!, se pinchó el dedito. En ese mismo instante, cayó en un sueño profundo, profundo, sobre una cama que apareció mágicamente.
Y no solo ella. En ese mismo momento, ¡todo el castillo se durmió! El rey y la reina, que acababan de llegar, se durmieron en sus tronos. Los cocineros se durmieron con la cuchara en la mano. Los caballos en el establo, los perros en el patio, ¡hasta las moscas en la pared! Un silencio mágico cubrió todo el lugar.
Alrededor del castillo empezó a crecer una barrera de espinos altísima y muy gruesa. ¡Nadie podía pasar! Parecía que el castillo había desaparecido detrás de tantas plantas con pinchos.
Pasaron los años, muchos, muchos años. Cien años, para ser exactos. Muchos príncipes valientes intentaron cruzar el muro de espinas para ver a la famosa princesa dormida, pero ninguno lo logró. Las espinas eran demasiado fuertes y puntiagudas.
Un día, después de esos cien años, llegó un príncipe joven y aventurero. Había oído la leyenda de la Bella Durmiente. Cuando se acercó al castillo, ¡sorpresa! Las espinas se habían convertido en hermosas flores que se abrían para dejarlo pasar. ¡Era el momento! El hechizo de los cien años había terminado.
El príncipe entró al castillo. ¡Qué silencio! Vio a todos dormidos, como si el tiempo se hubiera detenido. Subió a la torre y allí, en una cama adornada con flores, vio a la princesa. Era tan hermosa que se quedó mirándola un buen rato. Con mucho cuidado, se inclinó y le dio un beso suave en la mejilla.
¡Magia! La princesa abrió los ojos y sonrió al ver al príncipe. Y en ese mismo momento, ¡todo el castillo despertó! El rey y la reina abrieron los ojos, los cocineros siguieron cocinando, los animales se movieron... ¡todos! El fuego en la chimenea volvió a arder y la vida regresó al castillo con mucha alegría.
El príncipe y la princesa se miraron y supieron que estaban hechos el uno para el otro. Poco después, celebraron una boda maravillosa con una fiesta aún más grande que la primera, ¡y esta vez invitaron a todas las hadas! Y vivieron felices para siempre, ¡sin más sustos de husos!
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