• La Doncella de Hielo

    Cuentos de Andersen
    Allá arriba, donde las nubes juegan con las cimas de las montañas, vivía un muchacho valiente llamado Rudy. No en una casa cualquiera, ¡sino en una cabañita de madera que olía a pino y a chocolate caliente!, bueno, quizás no siempre a chocolate, pero sí a aventuras. Rudy vivía con su abuelo, un señor con una barba blanca como la nieve de enero.

    Rudy era un cazador de gamuzas muy ágil, ¡saltaba de roca en roca como si tuviera resortes en los pies! Pero había una historia un poco triste en su familia. Cuando Rudy era un bebé chiquitito, su mamá se resbaló en un glaciar y ¡zas!, desapareció. La gente susurraba que la Doncella de Hielo, una reina muy hermosa pero con el corazón más frío que un helado de limón olvidado en el congelador, se la había llevado con un beso helado. ¡Brrr!

    Un día soleado, mientras Rudy bajaba al pueblo con una sonrisa, conoció a Babette. Babette era la hija del molinero, y tenía unos ojos brillantes como las estrellas y una risa que sonaba como campanitas. ¡Rudy sintió mariposas en la panza! Y Babette, al ver a Rudy tan fuerte y con una mirada tan amable, también sintió un ¡tilín! en el corazón.

    Se hicieron amigos, luego novios, y pasaban las tardes contando historias, recogiendo flores de colores y soñando con construir un nido de amor, ¡como los pajaritos! Rudy, para demostrar lo mucho que quería a Babette, decidió hacer algo súper valiente: ¡escalar la montaña más alta y peligrosa para traerle un aguilucho del nido de un águila! Su gato, un felino astuto llamado Vértigo que siempre lo acompañaba, maulló como diciendo: "¡Estás loco, pero voy contigo!".

    La Doncella de Hielo, desde su palacio de hielo que brillaba con todos los colores del arcoíris (pero un arcoíris muy, muy frío), observaba a Rudy. Ella también quería a Rudy, pero de una forma egoísta. "Ese muchacho valiente será mío", pensaba con una sonrisa helada.

    Rudy escaló y escaló. El viento soplaba fuerte, ¡fiuuuu!, y las piedras se soltaban. La Doncella de Hielo intentó engañarlo, susurrándole al oído con voz de hielo: "Ven conmigo, Rudy, te daré un reino de cristal". Pero Rudy solo pensaba en la sonrisa cálida de Babette y siguió subiendo hasta que, ¡lo logró! Consiguió el aguilucho y bajó triunfante.

    Rudy y Babette decidieron casarse. ¡Qué emoción! El pueblo entero se preparaba para la fiesta. Unos días antes de la boda, fueron de excursión a una islita preciosa en medio de un lago. El agua era tan clara que se veían los pececitos nadando. Babette vio una flor muy bonita flotando cerca de la orilla, o quizás se le cayó un anillo brillante al agua, ¡las historias a veces se mezclan un poquito!

    "¡Yo lo cojo!", dijo Rudy, siempre tan caballero. Se inclinó sobre el agua, estirando su mano.

    Pero, ¡oh, sorpresa! Del agua surgió la Doncella de Hielo, más pálida y brillante que nunca. Sus ojos eran como dos témpanos de hielo. Se acercó a Rudy y, antes de que él pudiera reaccionar, le dio un beso. Un beso frío, frío, tan frío que el corazón valiente de Rudy se detuvo, como un reloj al que se le acaba la cuerda. Y Rudy, suavecito, se deslizó dentro del lago.

    Babette gritó y lloró con todas sus fuerzas. Su alegría se había convertido en una tristeza tan grande como las montañas. El sol pareció esconderse detrás de las nubes.

    La Doncella de Hielo se llevó a Rudy a su palacio de hielo. Allí, él dormiría para siempre, joven y guapo, pero frío como una estatua de nieve.

    Y dicen que, en los días de viento fuerte en las montañas, si escuchas con atención, puedes oír el susurro triste de Babette llamando a Rudy, y quizás, solo quizás, el eco helado de la Doncella de Hielo, que por fin tenía al muchacho que tanto deseaba, aunque él ya no pudiera sonreírle.

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