• Heimdal y el Puente Arcoíris

    Mitología nórdica
    Imagina un lugar muy alto, ¡más alto que las nubes más altas! Allí, en un reino brillante llamado Asgard, vivían los dioses y diosas. Para llegar a Asgard desde la Tierra, había un puente muy especial. ¡No era un puente cualquiera! Era un puente hecho de arcoíris, con todos los colores que puedas soñar, y se llamaba Bifröst.

    Y al final de este puente mágico, justo donde comenzaba Asgard, había un guardián muy importante. Su nombre era Heimdall. Odín, el rey de todos los dioses, le había dado un trabajo muy serio: ¡vigilar el puente Bifröst día y noche, sin descanso!

    Heimdall no era un guardián común. ¡Tenía unos sentidos increíbles! Podía oír crecer la hierba en los campos lejanos y la lana en las ovejas. ¡Así de agudo era su oído! Y sus ojos… ¡sus ojos podían ver a kilómetros y kilómetros de distancia! Nada se le escapaba, ni la mariposa más pequeña volando lejos. Dicen que sus dientes brillaban como el oro puro.

    Heimdall necesitaba dormir muy poquito, ¡menos que un pajarito! Así podía estar siempre alerta. Siempre llevaba consigo un cuerno especial llamado Gjallarhorn. Si algún peligro se acercaba a Asgard, o si algún enemigo intentaba cruzar el puente sin permiso, Heimdall soplaría su cuerno con todas sus fuerzas. El sonido del Gjallarhorn era tan potente que se oiría por todos los mundos, avisando a los dioses para que se prepararan.

    Y ¿por qué necesitaba Asgard un guardián tan especial? Pues porque había unos gigantes un poco traviesos y a veces gruñones que vivían en otro reino. A estos gigantes les encantaría cruzar el puente Bifröst para molestar a los dioses o intentar conquistar Asgard.

    Pero Heimdall estaba siempre allí, en su puesto, con sus ojos de águila y sus oídos súper sensibles. Si veía a algún gigante intentando acercarse sigilosamente, o si escuchaba el más mínimo ruido sospechoso, ¡Heimdall ya lo sabía! Y con su gran cuerno listo, mantenía a Asgard a salvo.

    Así, gracias a Heimdall, el guardián del arcoíris, los dioses en Asgard podían vivir tranquilos y seguros, sabiendo que su hogar estaba bien protegido por el vigilante más fiel y con los mejores sentidos de todos los reinos.

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