• Júpiter, Rey de los Dioses

    Mitología romana
    Imaginen un tiempo, hace tanto, tanto, que ni los abuelos de sus abuelos lo recuerdan. En ese entonces, el jefe de todos los dioses era uno muy grande y un poco gruñón llamado Saturno. Saturno tenía un secreto: le habían dicho en voz baja que uno de sus hijos sería más poderoso que él y le quitaría el puesto. ¡Qué susto se llevó!

    Así que Saturno, que no quería perder su trono de nubes, cada vez que su esposa, la diosa Rea, tenía un bebé dios, ¡ñam!, se lo tragaba enterito sin masticar. ¡Pobres bebés dioses, directos a la barriga de papá!

    Rea estaba muy triste, claro. ¿A qué mamá le gustaría eso? Cuando nació su sexto hijo, un bebé muy especial llamado Júpiter, Rea pensó: "¡Esto no puede seguir así!". Tuvo una idea brillante. Envolvió una piedra grande y pesada en pañales, como si fuera un bebé de verdad, y se la dio a Saturno. Saturno, que siempre tenía prisa y un poco de sueño después de comer, abrió la boca y ¡glup!, se tragó la piedra pensando que era el pequeño Júpiter.

    Mientras tanto, Rea escondió al verdadero Júpiter en una isla lejana y secreta llamada Creta. Allí, el pequeño Júpiter creció fuerte y sano, cuidado por unas ninfas muy amables y bebiendo la leche de una cabra mágica llamada Amaltea. ¡Imaginen qué infancia tan divertida!

    Cuando Júpiter se hizo un dios grande y poderoso, con músculos de héroe y una barba que empezaba a crecer, se enteró de lo que Saturno había hecho con sus hermanos y hermanas. "¡Esto no está bien!", pensó Júpiter. "¡Tengo que liberarlos!".

    Con mucha astucia, Júpiter preparó una bebida especial, un poco picante y con burbujas mágicas, y convenció a Saturno para que se la bebiera, diciéndole que era un néctar nuevo y delicioso. Saturno, que era un poco glotón, se la bebió toda. De repente, sintió un gran ¡ACHÚS! en la barriga. Y luego otro, ¡y otro! Y con cada ¡ACHÚS!, ¡pop! ¡pop! ¡pop!, fueron saliendo uno por uno sus hijos: Neptuno, Plutón, Juno, Ceres y Vesta. ¡Ya eran dioses y diosas adultos y estaban un poco mareados, pero muy contentos de estar fuera!

    Saturno se enfadó muchísimo al ver a todos sus hijos allí, ¡y encima Júpiter! Él y sus hermanos, los Titanes, que eran dioses muy antiguos y también un poco gruñones, decidieron luchar contra Júpiter y los nuevos dioses. ¡Se armó una batalla enorme en el cielo! Hubo rayos (¡Júpiter era muy bueno lanzando rayos!), truenos que hacían temblar las montañas y mucho ruido.

    Pero Júpiter y sus hermanos y hermanas eran más listos y valientes. Después de mucho pelear, ¡ganaron! Encerraron a Saturno y a los Titanes en un lugar muy, muy profundo llamado Tártaro, para que no volvieran a molestar.

    Entonces, Júpiter se convirtió en el nuevo rey de todos los dioses y diosas. Se sentó en un trono dorado en el Monte Olimpo, la montaña más alta. Decidió repartir el mundo con sus hermanos: a Neptuno le dio el poder sobre todos los mares y océanos, ¡con sus olas y peces de colores! A Plutón le encargó el mundo subterráneo, el reino de abajo. Y Júpiter se quedó como el jefe del cielo y la tierra, el más importante de todos.

    Y así, Júpiter, con su rayo en la mano, gobernó con justicia y sabiduría, cuidando de los dioses y también de las personas que vivían en la Tierra. Y de vez en cuando, si alguien se portaba muy mal, ¡zas!, les mandaba un pequeño rayito para recordarles quién mandaba. Pero casi siempre, era un rey bastante bueno y divertido.

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