El nacimiento de Ion
Mitología griega
En la antigua y soleada ciudad de Atenas, vivía una princesa muy guapa llamada Creúsa. Un día, el dios Apolo, que tocaba una música que hacía bailar hasta a las piedras y tenía el pelo brillante como el sol, la vio y sintió mariposas en el estómago. Creúsa también sintió algo especial por él, y juntos tuvieron un secreto maravilloso.
Poco tiempo después, Creúsa tuvo un bebé, un niño precioso al que llamó Ión. Pero Creúsa estaba un poco preocupada. ¿Qué diría la gente? Así que, con el corazón encogido, preparó una cestita muy bonita, puso a Ión dentro con algunas joyitas y telas especiales que solo ella tenía, y lo dejó con mucho cuidado en una cueva secreta cerca de un gran templo.
Apolo, que desde el cielo lo ve todo, vio lo que había pasado. No quería que su pequeño Ión estuviera solo, así que llamó a su amigo Hermes, el dios mensajero que tenía alas en los pies y podía volar más rápido que el viento. "Hermes", le dijo Apolo, "por favor, lleva a este bebé a mi templo en Delfos. Allí estará seguro".
Hermes, ¡flash!, tomó la cestita con Ión y voló hasta Delfos. Con mucho cuidado, dejó al bebé en la entrada del templo de Apolo.
Una señora muy amable que trabajaba en el templo, una sacerdotisa, encontró a Ión. "¡Oh, qué bebé tan lindo!", exclamó. Decidió cuidarlo y lo crió como si fuera su propio nieto. Ión creció en el templo, ayudando a barrer, a encender las luces y aprendiendo muchas cosas sobre los dioses. Era un chico muy bueno y alegre.
Mientras tanto, en Atenas, Creúsa se casó con un rey bueno y valiente llamado Xuto. Eran felices, pero sentían que les faltaba algo: no tenían hijos. Estaban un poco tristes por eso.
Un día, Xuto y Creúsa decidieron viajar al templo de Delfos para preguntarle al dios Apolo si alguna vez tendrían un hijo. Cuando llegaron, Apolo, a través de su oráculo (que era como un teléfono mágico para hablar con los dioses), le dijo a Xuto: "La primera persona que veas cuando salgas del templo, ¡ese será tu hijo!".
Xuto salió del templo muy emocionado y, ¿a quién creéis que vio? ¡A Ión, que justo estaba pasando por allí con una escoba!
"¡Tú eres mi hijo!", gritó Xuto lleno de alegría, y le dio un abrazo tan fuerte que Ión casi se queda sin aire. Ión estaba muy sorprendido, ¡pero también contento de tener un papá!
Cuando Creúsa se enteró, al principio se puso un poco triste y confundida. Pensó: "¿Cómo puede ser? ¿Xuto tenía un hijo y no me lo había dicho?". Se sintió un poco celosa y hasta tuvo una idea no muy buena porque estaba muy revuelta por dentro.
Pero entonces, la amable sacerdotisa que había cuidado a Ión durante todos esos años se acercó. "Esperad un momento", dijo. "Este muchacho llegó aquí de una forma muy especial". Y les enseñó la cestita y las joyitas y las telas que Creúsa había dejado con el bebé hacía tanto tiempo.
Creúsa miró la cesta y las cositas, ¡y sus ojos se abrieron como platos! ¡Eran las mismas que ella había puesto con su bebé! "¡Es él!", gritó llorando de felicidad. "¡Ión es mi hijo, mi pequeño bebé perdido!".
¡Qué momento tan emocionante! Creúsa, Xuto e Ión se abrazaron muy fuerte. Apolo, desde el cielo, sonreía. Todo había salido como él quería: Ión había encontrado a su mamá y a un papá que lo quería mucho.
Así, Ión, que había crecido en un templo, resultó ser un príncipe. Regresaron todos juntos a Atenas, y vivieron como una familia muy feliz, contando a todos la increíble historia de cómo se habían encontrado. Y el secreto de Apolo y Creúsa tuvo un final lleno de alegría y abrazos.
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