Las cincuenta hijas de Dánao
Mitología griega
Imaginen un rey llamado Dánao. ¡Este rey no tenía una ni dos, sino cincuenta hijas! Sí, ¡cincuenta! Todas eran muy listas y valientes, y a su padre le encantaba pasar tiempo con ellas.
Dánao tenía un hermano, el rey Egipto, que también tenía muchos hijos, ¡cincuenta varones! Y Egipto tuvo una idea que a él le pareció brillante: "¡Mis cincuenta hijos se casarán con las cincuenta hijas de Dánao!".
Pero a Dánao no le gustó nada esa idea. Él quería que sus hijas eligieran con quién casarse, y además, no confiaba mucho en su hermano ni en sus sobrinos. "¡Mis hijas no se casarán si no quieren!", pensó. Así que, una noche, Dánao y sus cincuenta hijas se subieron a un gran barco y navegaron lejos, muy lejos, hasta llegar a un nuevo reino llamado Argos. Pensaron que allí estarían a salvo.
Pero el rey Egipto y sus cincuenta hijos eran muy tercos. Los siguieron en sus propios barcos y, cuando los encontraron en Argos, insistieron tanto, pero tanto, que Dánao, muy triste y preocupado, tuvo que aceptar las bodas. ¡Iba a haber cincuenta bodas al mismo tiempo!
Antes de las ceremonias, Dánao llamó a sus hijas en secreto. Estaba muy asustado por ellas y les dijo: "Escúchenme bien. Esta noche, después de la boda, cuando estén a solas con sus nuevos esposos, deben hacer que desaparezcan. Es la única forma de ser libres y estar seguras". Y les dio a cada una un alfiler largo y afilado, escondido entre sus ropas. Las hijas, aunque asustadas, prometieron obedecer.
Llegó la noche de las bodas. Hubo música y fiesta, pero en el corazón de las cincuenta hermanas había mucho miedo. Cuando cada una se fue con su nuevo esposo, cuarenta y nueve de ellas hicieron lo que su padre les había pedido. Con tristeza y temor, usaron el alfiler.
Pero una de las hijas, llamada Hipermnestra, no pudo hacerlo. Su esposo, Linceo, había sido muy amable y respetuoso con ella. No le había exigido nada y le había hablado con dulzura. Hipermnestra pensó: "Él es bueno. No merece esto". Así que, en lugar de hacerle daño, lo despertó y lo ayudó a escapar en secreto.
A la mañana siguiente, ¡qué sorpresa y qué horror! Cuarenta y nueve príncipes ya no estaban. Solo Linceo, gracias a Hipermnestra, había sobrevivido.
Cuando los dioses se enteraron de lo que habían hecho las cuarenta y nueve hermanas, se enfadaron mucho. Como castigo, cuando estas hermanas llegaron al mundo de abajo, el lugar de los espíritus, les dieron una tarea muy, muy aburrida y que nunca terminaba: tenían que llenar un cántaro gigante con agua. Pero el cántaro tenía muchos agujeros, ¡así que el agua se salía todo el tiempo! Por más que trabajaban y echaban agua, el cántaro nunca, nunca se llenaba.
¿Y qué pasó con Hipermnestra, la que fue valiente de una forma diferente? Ella y Linceo vivieron juntos y, con el tiempo, Linceo se convirtió en un rey justo y querido en Argos. Hipermnestra fue recordada como la hija que eligió la bondad y el amor por encima de la obediencia ciega, y por eso, tuvo un destino mucho más feliz que sus hermanas.
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