Pintar el dragón y añadirle los ojos
Fábulas chinas
Hace mucho, mucho tiempo, en un lugar llamado China, vivía un pintor muy famoso llamado Zhang. Zhang pintaba tan bien, ¡pero tan bien!, que la gente decía que sus dibujos parecían tener vida.
Un día, la gente de un templo muy grande le pidió un favor especial. "Queremos que pintes unos dragones enormes en nuestras paredes blancas," le dijeron. "¡Cuatro dragones!"
Zhang se puso manos a la obra. Con sus pinceles mágicos, pintó cuatro dragones espectaculares. Eran grandes, con escamas brillantes y garras afiladas. ¡Parecían listos para saltar de la pared! Pero... ¡espera un momento! Zhang no les había pintado los ojos. Los dragones tenían todo, menos sus ojitos.
La gente que veía los dragones se quedaba con la boca abierta. "¡Qué bonitos!", decían. "Pero, Zhang, ¿por qué no les has pintado los ojos?"
Zhang sonrió un poquito y dijo: "Si les pinto los ojos, estos dragones cobrarán vida y se irán volando."
La gente no le creyó. "¡Qué cosas dices, Zhang!", se reían. "Son solo dibujos. ¡Píntales los ojos, por favor! Queremos verlos terminados." Insistieron tanto, tanto, que Zhang al final suspiró y dijo: "Está bien, pero luego no digan que no les avisé."
Zhang tomó su pincel más fino. Con mucho cuidado, pintó los ojos a uno de los dragones. Luego, pintó los ojos al segundo dragón.
¡Y entonces pasó algo increíble!
De repente, ¡PUM! Se escuchó un trueno muy fuerte. El cielo se iluminó con un relámpago y la pared del templo empezó a temblar. Los dos dragones a los que Zhang les había pintado los ojos abrieron sus nuevos ojos, ¡y salieron volando de la pared! Dieron una vuelta por el cielo y desaparecieron entre las nubes.
Todos se quedaron con los ojos como platos y la boca abierta. ¡No podían creerlo!
Los otros dos dragones, los que no tenían ojos, seguían pintados en la pared, quietecitos como antes.
Y así fue como todos entendieron que a veces, un pequeño detalle, como pintar los ojos, puede cambiarlo todo y hacer que algo cobre vida de verdad.
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