• El cuervo y el cántaro

    Fábulas de Esopo
    En un día de mucho, mucho calor, cuando el sol brillaba como una naranja gigante en el cielo, un cuervo negro y brillante volaba buscando algo de beber. Tenía una sed terrible, ¡sentía la garganta más seca que una galleta olvidada!

    De pronto, con sus ojitos listos, vio a lo lejos una jarra de barro. "¡Agua!", pensó emocionado, y voló rapidísimo hacia ella. Se asomó, ¡y sí! Había agua en el fondo. Pero... ¡oh, problema! El agua estaba tan abajo que su pico, por más que lo estiraba, no llegaba.

    El cuervo intentó empujar la jarra con la cabeza, pensando en tumbarla para que el agua saliera. Pero la jarra era bastante pesada y no se movió ni un poquito. "Mmmmmm", graznó el cuervo, rascándose la cabeza con una patita. No podía ser que se quedara sin beber con el agua tan cerca.

    Miró a su alrededor, pensando, pensando. Y entonces, ¡zas! Vio un montón de piedrecitas pequeñas en el suelo, justo al lado de la jarra. Una idea chispeante se encendió en su cabecita de plumas.

    Con mucho cuidado, el cuervo empezó a recoger las piedrecitas con su pico, una por una. Y ¡ploc!, la dejaba caer dentro de la jarra. Luego otra, ¡ploc! Y otra más, ¡ploc!

    Al principio no parecía pasar mucho, pero el cuervo era paciente. Siguió echando piedrecitas: ploc, ploc, ploc. Y poco a poco, ¡magia! Con cada piedra que caía, el nivel del agua en la jarra subía un poquito. ¡Un poquito más, y otro poquito más!

    El cuervo siguió trabajando, metiendo más y más piedrecitas, hasta que finalmente, el agua subió tanto, tanto, que llegó hasta el borde de la jarra.

    ¡Ahora sí! El cuervo metió su pico y bebió un largo sorbo de agua fresca y deliciosa. ¡Ahhh, qué alivio!

    Y así, el cuervo inteligente, con un poco de paciencia y una buena idea, demostró que pensando un poquito, ¡hasta los problemas más difíciles tienen solución!

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