• El Viento Norte y el Sol

    Fábulas de Esopo
    Allá arriba, muy alto en el cielo, vivían dos amigos un poco competitivos: el Viento del Norte, que era bastante presumido, y el Sol, que era más tranquilo y sabio.

    Un día, el Viento del Norte empezó a presumir:
    —¡Yo soy el más fuerte de todos! ¡Nadie puede conmigo!
    El Sol, escuchándolo con paciencia, le respondió con una sonrisa:
    —Mmm, no estoy tan seguro, amigo Viento. Hay diferentes tipos de fuerza.
    —¡Claro que soy el más fuerte! —insistió el Viento—. ¡Puedo arrancar árboles de raíz y levantar olas gigantes en el mar!
    —Eso es ser muy ruidoso y potente —dijo el Sol—, pero veamos quién es más persuasivo.

    Justo en ese momento, vieron a un hombre que caminaba por un sendero, bien abrigado con una capa gruesa.
    —Mira ese viajero —propuso el Sol—. Hagamos una apuesta. El primero de nosotros que logre que ese hombre se quite la capa, será el ganador y demostrará ser el más poderoso.
    —¡Trato hecho! —exclamó el Viento del Norte, seguro de su victoria—. ¡Esto será pan comido para mí! ¡Observa y aprende!

    El Viento del Norte tomó una gran bocanada de aire y ¡FFFFUUUUUUUU! Sopló con todas sus fuerzas sobre el pobre hombre. El aire se volvió helado y cortante.
    El hombre sintió el golpe de aire frío y se encogió.
    —¡Brrr, qué viento tan helado! —pensó, y se ajustó la capa más fuerte alrededor de su cuerpo, subiéndose el cuello hasta las orejas.
    El Viento del Norte, al ver esto, sopló aún más fuerte. ¡FFFFIIIIIIUUUUUUMMM! Las hojas de los árboles volaban por todas partes y el polvo se levantaba del camino.
    Pero el viajero, en lugar de quitarse la capa, se la apretó todavía más, casi escondiendo la nariz en ella para protegerse del vendaval.
    Cansado y un poco enfadado por no conseguir su objetivo, el Viento del Norte finalmente se rindió.
    —No puedo más —resopló—. Cuanto más fuerte soplo, más se aferra a su capa.

    —Ahora me toca a mí —dijo el Sol con una sonrisa amable.
    Con mucha calma, el Sol comenzó a enviar sus rayos cálidos y dorados hacia la tierra, poquito a poco. Al principio, fue solo un calorcito agradable.
    El viajero sintió el cambio.
    —Vaya, parece que el tiempo está mejorando —murmuró, y se desabrochó el primer botón de la capa, respirando aliviado.
    El Sol brilló un poco más, como una caricia tibia sobre la piel. El aire se volvió templado y muy agradable.
    El hombre empezó a sentir calor.
    —Uf, ahora sí que hace calor —dijo, secándose una gotita de sudor que le caía por la frente. Y sin pensarlo dos veces, se quitó la capa por completo y la echó sobre su hombro, disfrutando del sol.

    El Viento del Norte se quedó con la boca abierta, sin poder creer lo que veía.
    El Sol le dijo con calma:
    —Ya ves, amigo Viento. A veces, la amabilidad y la persuasión suave consiguen mucho más que toda la fuerza y el ruido del mundo.
    Y así fue como el Viento del Norte aprendió una lección importante ese día: la gentileza puede ser más poderosa que la fuerza bruta.

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