La Montaña Simeli
Cuentos de los Hermanos Grimm
En un rincón del mundo donde los árboles susurraban secretos, vivía una pareja que deseaba mucho tener un bebé. Un día, la mujer estaba bajo un enebro, un árbol con bayas azules, y mientras pelaba una manzana, se cortó el dedo. Tres gotas de sangre cayeron en la nieve. "¡Ay!", suspiró, "¡Cómo me gustaría tener un hijo tan rojo como la sangre y tan blanco como la nieve!"
Y ¡zas! Su deseo se hizo realidad. Nueve meses después, nació un niño precioso, con la piel blanca como la nieve y las mejillas rojas como la sangre. La mamá estaba tan feliz que, de pura alegría, se despidió de este mundo y la enterraron bajo el enebro.
El papá, un poco triste, se casó de nuevo. Su nueva esposa ya tenía una hija, un poco gruñona, llamada Marlinchen. La madrastra no quería al niño, ¡nada de nada! Siempre estaba buscando la manera de deshacerse de él para que toda la herencia fuera para Marlinchen.
Un día, la madrastra le dijo al niño: "Ven, pequeño, tengo una sorpresa para ti en el baúl de las manzanas". Cuando el niño se asomó para coger una manzana roja y brillante, ¡PLAF! La madrastra cerró la tapa con muchísima fuerza. La cabecita del niño... bueno, digamos que se separó de su cuerpo.
La madrastra, con cara de no haber roto un plato, le puso una bufanda al cuello al niño para sujetar su cabeza y lo sentó en una silla. Luego llamó a Marlinchen: "Ve y pídele una manzana a tu hermano". Marlinchen fue, pero el niño no respondía. "¡Dale un golpecito en la oreja!", gritó la madrastra. Marlinchen lo hizo y... ¡la cabeza del niño rodó por el suelo! Marlinchen se asustó muchísimo. "¡Has sido tú!", dijo la madrastra, aunque no era verdad, para asustarla más.
Entonces, la malvada madrastra... ¡ay, qué cosa tan fea! Cocinó al pobre niño en un guiso. Cuando el papá llegó, tenía mucha hambre. "¡Mmm, qué rico está este guiso!", dijo sin saber nada de lo que había pasado.
Marlinchen no paraba de llorar. Recogió todos los huesitos de su hermanito, los envolvió con cuidado en un pañuelo de seda muy bonito y los enterró bajo el enebro.
De repente, el enebro empezó a moverse y ¡zas! De entre sus ramas salió un pájaro hermosísimo, con plumas de todos los colores. El pájaro voló y empezó a cantar una canción:
"Mi madre me mató,
Mi padre me comió,
Mi hermana Marlinchen
Mis huesitos recogió
Y bajo el enebro los enterró.
¡Kiu, kiu, qué pájaro tan bello soy!"
Voló hasta la tienda de un joyero y cantó. El joyero, encantado, le regaló una cadena de oro.
Luego fue a la casa de un zapatero y cantó. El zapatero, feliz, le dio unos zapatitos rojos.
Finalmente, llegó a un molino y cantó para los molineros. Ellos, muy contentos, le dieron una gran piedra de molino.
El pájaro regresó al enebro, con la cadena en una pata, los zapatos en la otra y la piedra de molino en el cuello (¡qué fuerza!). Cantó su canción.
El papá salió. "¡Qué canción tan bonita!", dijo. El pájaro dejó caer la cadena de oro en su mano.
Marlinchen salió corriendo. "¡Oh, qué pájaro!", exclamó. El pájaro le dio los zapatitos rojos, y ella se puso a bailar de alegría.
La madrastra, con el corazón encogido de miedo, salió también. "¡A mí también me toca algo!", pensó con avaricia. El pájaro cantó una vez más y... ¡PUM! Dejó caer la piedra de molino justo encima de ella. Y la madrastra... ¡desapareció!
De repente, del humo y las plumas, apareció el niño, ¡sano y salvo! El papá, Marlinchen y el niño se abrazaron muy fuerte. Y desde ese día, vivieron felices para siempre en su casita, cerca del enebro que susurraba canciones.
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