El dulce potaje
Cuentos de los Hermanos Grimm
En una casita muy, muy pequeña, vivía una niña muy buena con su mamá. A veces, no tenían mucha comida, ¡y sus pancitas hacían ruido!
Un día, la niña fue al bosque a buscar algunas bayas para comer. Mientras caminaba, se encontró con una anciana de ojos brillantes y sonrisa amable. La anciana vio que la niña parecía un poco triste y le dijo: "Pequeña, tengo algo para ti". Le entregó una ollita de barro. "Esta no es una ollita cualquiera", explicó la anciana. "Si le dices con voz clara: '¡Ollita, ollita, cocina ya!', te preparará unas gachas dulces y calentitas. Y cuando tengas suficiente, solo tienes que decir: '¡Ollita, ollita, para ya!'".
La niña agradeció mucho a la anciana y corrió a casa con la ollita mágica. "¡Mamá, mamá, mira lo que tengo!", exclamó. Puso la ollita en la mesa y dijo: "¡Ollita, ollita, cocina ya!". Al instante, la ollita empezó a burbujear y a llenarse de unas gachas deliciosas que olían de maravilla. Cuando la ollita estuvo llena, la niña dijo: "¡Ollita, ollita, para ya!", y la ollita dejó de cocinar. ¡Qué contentas estaban la niña y su mamá! Comieron hasta que sus pancitas estuvieron felices y redondas.
Un día, la niña tuvo que salir a hacer un recado. Mientras estaba fuera, a su mamá le entró hambre. "Mmm, qué bien me vendrían unas gachas", pensó. Tomó la ollita mágica y dijo: "¡Ollita, ollita, cocina ya!". Y la ollita, obediente, empezó a cocinar. Las gachas olían tan bien que la mamá se distrajo mirando por la ventana y canturreando.
Pero, ¡ay!, la mamá se olvidó de las palabras exactas para detener la ollita.
Las gachas subieron y subieron. Llenaron la ollita, se derramaron por la mesa, luego por el suelo de la cocina. "¡Oh, no!", dijo la mamá, pero no recordaba qué decir. Las gachas siguieron saliendo, como un río dulce y espeso. Salieron de la cocina, llenaron el salón, y luego empezaron a salir por la puerta de la casa.
Las gachas inundaron la calle, luego la calle siguiente, y pronto, ¡casi todo el pueblo estaba cubierto de gachas dulces! La gente salía de sus casas y se preguntaba qué estaba pasando. ¡Era un mar de gachas!
Justo en ese momento, la niña regresaba. Cuando vio el río de gachas que llegaba hasta la plaza del pueblo, supo lo que había ocurrido. Corrió tan rápido como pudo hacia su casa, abriéndose paso entre las gachas. Al llegar, vio a su mamá preocupada en medio de un mar de desayuno. La niña gritó con todas sus fuerzas: "¡Ollita, ollita, para ya!".
Y la ollita, ¡puf!, se detuvo al instante.
Pero, ¿qué pasó con todas esas gachas? Bueno, si alguien quería volver a su casa o ir a la tienda, ¡tenía que comerse el camino! Fue un día muy dulce, ¡y un poco pegajoso!, para todos los habitantes del pueblo. Y desde entonces, la mamá de la niña nunca más olvidó las palabras mágicas.
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