Rapunzel
Cuentos de los Hermanos Grimm
En una casita pintoresca, no muy lejos de aquí, vivían un hombre y una mujer que deseaban con todo su corazón tener un bebé. Desde la ventana de su cocina, la mujer veía un jardín lleno de las más deliciosas campanillas de invierno, o rapónchigos, como también se les conoce. ¡Se le hacía agua la boca solo de mirarlas!
Un día, la mujer sintió un antojo tan, pero tan fuerte por esos rapónchigos, que le dijo a su esposo: "Querido, si no como un poco de esos rapónchigos del jardín de al lado, ¡creo que me voy a desmayar!"
El esposo, que la quería mucho, sabía que ese jardín pertenecía a una hechicera un poco temible llamada Gothel. Pero por la noche, saltó la tapia con cuidado, tomó un puñado de rapónchigos y se los llevó a su esposa. ¡Estaban deliciosos!
Al día siguiente, el antojo volvió. Así que el esposo regresó al jardín. Pero esta vez, ¡zas! La hechicera Gothel apareció de repente. "¡Ladrón!", gritó. "¡Cómo te atreves a robar mis rapónchigos!"
El hombre, temblando de miedo, le explicó el antojo de su esposa. La hechicera pensó un momento y dijo: "Está bien, puedes llevarte todos los rapónchigos que quieras, pero con una condición: cuando nazca tu bebé, me lo tendrás que dar". El hombre estaba tan asustado que aceptó.
Poco tiempo después, nació una niña hermosa con un cabello tan dorado como el sol. La llamaron Rapunzel. Y tal como había prometido, la hechicera Gothel apareció y se llevó a la pequeña.
Gothel encerró a Rapunzel en una torre muy alta en medio del bosque. La torre no tenía puertas ni escaleras, solo una pequeña ventana en lo más alto. Cuando Gothel quería visitar a Rapunzel, se paraba debajo de la ventana y gritaba: "¡Rapunzel, Rapunzel, deja caer tu cabellera!"
Rapunzel tenía un cabello larguísimo, fuerte y brillante como el oro. Lo desenredaba, lo ataba a un gancho de la ventana y lo dejaba caer hasta el suelo. Entonces, la hechicera trepaba por él como si fuera una cuerda.
Así pasaron los años. Un día, un príncipe que cabalgaba por el bosque escuchó un canto tan dulce que lo cautivó. Siguió la melodía hasta la torre, pero no encontró ninguna entrada. Regresó varios días, hasta que vio cómo llegaba la hechicera y escuchó lo que gritaba. "¡Ajá!", pensó el príncipe. "Así que esa es la manera de subir".
Al día siguiente, cuando la hechicera se fue, el príncipe se acercó a la torre y gritó con voz suave: "¡Rapunzel, Rapunzel, deja caer tu cabellera!"
El cabello dorado cayó y el príncipe subió. Al principio, Rapunzel se asustó mucho al ver a un hombre, ¡nunca había visto a nadie más que a Gothel! Pero el príncipe fue muy amable y le habló con dulzura. Pronto se hicieron amigos y, con el tiempo, se enamoraron. Acordaron que él la visitaría cada noche, cuando la hechicera no estuviera.
Todo iba bien, hasta que un día Rapunzel, sin pensar, le dijo a Gothel: "Madre Gothel, ¿por qué tardas tanto en subir? El príncipe sube mucho más rápido".
"¡¿Qué?!", gritó la hechicera, furiosa. "¡Me has estado engañando!" En un arrebato de ira, tomó unas tijeras y, ¡tris, tras!, cortó la hermosa cabellera dorada de Rapunzel. Luego, llevó a la pobre Rapunzel a un lugar desierto y la abandonó allí.
Esa misma noche, cuando el príncipe llegó y gritó: "¡Rapunzel, Rapunzel, deja caer tu cabellera!", la hechicera ató el cabello cortado al gancho y lo dejó caer. El príncipe subió, pero en lugar de su amada Rapunzel, se encontró con la mirada furiosa de Gothel.
"¡Nunca más la volverás a ver!", le dijo con maldad. El príncipe, desesperado, saltó desde la torre. No murió, pero cayó sobre unos espinos que le hirieron los ojos, dejándolo ciego.
Durante mucho tiempo, el príncipe vagó ciego por el mundo, triste y solo, comiendo lo que encontraba y llorando por su Rapunzel perdida. Un día, sus pasos lo llevaron al desierto donde Rapunzel vivía con mucha tristeza, y a veces, con un par de gemelitos que habían nacido, un niño y una niña.
El príncipe escuchó una voz que cantaba con melancolía. ¡Era la voz de Rapunzel! Siguió el sonido y, aunque no podía verla, la llamó por su nombre. Rapunzel lo reconoció al instante y corrió a abrazarlo, llorando de alegría. Dos de sus lágrimas cayeron sobre los ojos del príncipe y, ¡como por arte de magia!, él recuperó la vista.
¡Qué felicidad! El príncipe pudo ver de nuevo a su amada Rapunzel y a sus pequeños hijos. Juntos, regresaron al reino del príncipe, donde fueron recibidos con gran alegría. Y allí vivieron felices para siempre, y la hechicera Gothel nunca más los volvió a molestar.
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